Murmuración espasmódicaPensamiento cítrico

Cuarentena e inversión espacio-temporal. Nuevos horizontes económicos y sociales

Cuarentena e inversión espacio-temporal. Nuevos horizontes económicos y sociales

Diego Hernán Milinik (Argentina, 1977)

Ingeniero Industrial, estudiante de Licenciatura en Filosofía. Se ha desempeñado como docente universitario y de maestría, y ha integrado un grupo de investigación en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires.

 

U Un fenómeno curioso, y hasta podríamos llamar paradójico, se ha suscitado en estos momentos de cuarentena: se trata de una suerte de inversión espacio-temporal. Este suceso podemos vislumbrarlo si observamos el hecho de que la mayoría de nosotros nos hallamos encerrados en nuestros hogares, es decir, sometidos a una gran restricción en cuanto a nuestra libertad espacial de desplazamientos. Pero, como contrapartida notable, podríamos ver que, no en todos los casos, pero sí en muchos de ellos, poseemos por estos días una amplia libertad en el uso de nuestro tiempo. Exceptuando, por supuesto, a quienes aún trabajan en las actividades permitidas por el Gobierno o a quienes realizan home-office, el resto de nosotros gozamos de una libertad temporal inaudita, ajena al sometimiento que nos impone el sistema capitalista cuando «funciona normalmente». Y este sometimiento, fundamentalmente, se dirige hacia nuestra libertad temporal (si bien también tenemos, en muchos casos, recorridos espaciales regulares y sitios fijos de trabajo). Pero es, sin embargo, destacable por sobre todo la gran «cronometrización» de nuestras vidas; hecho singular que, como lo destaca Paula Sibila en El hombre postorgánico, marcó con el perfeccionamiento de los relojes el nacimiento del capitalismo industrial (Sibila 17-25). De este modo, todas y cada una de nuestras actividades cotidianas están regladas temporalmente, tanto dentro del trabajo, como camino al mismo, o como en el cumplimiento de cualquier obligación burocrática ciudadana. Este trasfondo de prácticas preestablecidas por nuestros fines, que en realidad siempre son los fines de alguien o algo más que es el principal beneficiario de nuestro esfuerzo, léase la clase dominante, los grandes accionistas, el capital financiero internacional, conforma algo muy similar a lo que Heidegger denominaba «significatividad» (Bedeutsamkeit) o plexo de útiles y relaciones (Zusammenhang dieser Bezüge) (Heidegger 364).

Sin embargo, en estos momentos de casi literal «prisión domiciliaria» en que vivimos, donde lo más inmediato es pensar en nuestra falta (real) de libertad, no se nos debe escapar la contraparte de este encierro y aislamiento del sistema productivo y sus relojes opresores; esta suerte de compensación se trata de nuestra casi total libertad en el uso del tiempo. Retrotrayéndonos a nuestras casas, aislados de un virus maligno, confinados así como la conciencia misma vive recluida en la celda de nuestro cráneo, a pesar de todo, gozamos de la más absoluta libertad. De una libertad extraña, de la que no estamos para nada acostumbrados. A la que nos costó habituarnos. Pero lo hicimos. La mayoría de nosotros, al menos. Y la paradoja de la esclavitud espacial que deviene en libertad temporal se efectiviza. La paradoja de un ser consciente, que ahora puede reflexionar, tiene tiempo para reflexionar, para descubrir y descubrirse, fuera de las obligaciones y automatismos cotidianos que convertían a un homo-sapiens, a un animal racional, en una mera máquina de producción de bienes y reproducción de capital.

Estamos en un momento particular, «anómalo», que podemos aprovechar. Una situación poco común en que esta consciencia, este ser que somos cada uno de nosotros, se encuentra sola, libre, encerrada, reflexiva, ante la falta de un mundo de obligaciones que le sirva de sostén, pero que también la amarre y le vende sus ojos. Nos encontramos ante una percepción abierta, una percepción que nos hace patente la falta: la ausencia de actividades obligadas, de horarios que cumplir, de bienes superfluos que consumir. Y esta falta nos hace preguntar qué tanto sentido tenían esas cosas, que tan necesarias eran para nosotros y para el planeta, que parece gozar por estos días de mayor silencio y salud ambiental. ¿Es posible acaso construir otro sistema, donde el tiempo sea libre, el trabajo no sea una imposición y el consumo no implique una adicción? Si consideramos algunas propuestas económico-sociales de la corriente del Aceleracionismo (Avanessioan et al 33-49), como el automatismo de Alex Williams y Nick Srnicek, la respuesta es afirmativa. Un mundo más allá del trabajo es perfectamente posible; un mundo donde la mayor parte de la producción y los servicios los realicen las máquinas. Si observamos el desarrollo acelerado de las Inteligencias Artificiales, esto podría ser posible en los próximos años. Un mundo diferente, con un sistema económico diferente, no solo es posible, sino que además es el único viable si queremos vencer con seguridad al cambio climático, a la pobreza y a la desigualdad, sin destruir los pocos recursos naturales que nos quedan. Un mundo con un ingreso universal que garantice una vida digna, libre e igualitaria (Williams y Srnicek 85-99).

Y todo esto nos lo tuvo que enseñar un virus, un ser microscópico, un ser sin cerebro. Nos tuvo que recordar no solo el valor de la vida, por sobre el de cualquier ganancia empresaria, sino también el valor de la verdadera libertad, que es aquella que nos permite disponer de nuestro propio tiempo. Este conglomerado minúsculo de genes, este «enemigo invisible», como suelen llamarlo, tuvo que enseñarnos que la salud no es ni debe ser jamás una mercancía; que no se puede ni se debe hacer negocios, ni pretender ganancias, especulando con la vida de las personas. Los países que así lo hicieron, lamentablemente están pagando las consecuencias de privilegiar los dividendos económicos sobre la salud humana. Quienes no pudieron escapar a «la lógica» o al «sentido común» del capitalismo, ahora deben soportar muertes, miles de muertes y, en algunos casos, la escalofriante escena de cadáveres apilados en las calles o enterrados en fosas comunes.

Regresemos ahora a la paradójica inversión del espacio y el tiempo que mencionáramos al comienzo del artículo. Y démonos cuenta de algo muy importante, que nos pasa a diario desapercibido: que en la inmanencia de nuestra consciencia no nos es necesario espacio alguno. Todo nuestro pensar, sentir, vivenciar, percibir, imaginar, planear y crear se hallan en un espacio nulo si lo vemos como filósofos cartesianos (Descartes 52), o en un espacio reducido a unos pocos centímetros craneales si lo analizamos como neuro-científicos. Y, sin embargo, esto no nos limita para convertirnos en los seres pensantes y creativos que potencialmente siempre fuimos. Ya lo estamos experimentando, descubriendo, en estos días de encierro. Descubrimos que la mente humana no puede limitarse por cuatro paredes. Y descubrimos, además, que quizás este encierro nos libera. Esta inversión espacio-temporal nos hace libres para pensar diferente, para ver abiertamente un mundo distinto y crear, planear, un sistema más allá del que conocíamos y sufríamos habitualmente y sin encontrar explicación ni alternativa. Y además, esta formal restricción espacial no nos limita en nuestro poder comunicativo, creativo y expresivo: podemos comunicarnos con cualquier persona o acceder a casi cualquier información sin movernos de una silla, frente a nuestro celular o computadora. Se nos abre así un nuevo mundo de posibilidades, un nuevo mundo imaginado por nosotros más allá del capitalismo acostumbrado. Parafraseando a Heidegger, desde nuestro centro o «aquí» (mein/sein Da), y sin necesidad de desplazarnos físicamente, tenemos todo «a la mano» (Vorhandenheit) (Heidegger 69-70). Solo debemos involucrarnos con ello y construirlo.

Como en la novela La guerra de los mundos, de H. G. Wells, donde una bacteria pudo vencer a los poderosos marcianos e invertir la lógica de la superioridad evolutiva de las especies (Wells 188-189), quizás un simple virus pueda enseñarnos a los humanos que nuestro lugar en el planeta no es el de dueños, ni destructores, e invertir también nuestra lógica absurda de superioridad materialista. Aprovechemos entonces esta inversión del espacio y el tiempo, este encierro devenido en libertad, para animarnos a pensar más allá de lo que nos era dado en la habitualidad y que aceptábamos sin cuestionamientos. Porque el cambio hacia un nuevo mundo no será decisión de un virus, ni de un grupo económico, ni del capital. Esa decisión deberá ser nuestra y solo nuestra.

 

Referencias:

Avanessian, A., Reis, M., Williams, A., Srnicek, N. y otros (2017), Aceleracionismo, Buenos Aires, Caja Negra.
Sibila, Paula. (2013), El hombre postorgánico, Buenos Aires, FCE.
Heidegger, M. (1967), Sein und Zeit, Tubinga, Tübingen.
Williams, A. y Srnicek (2017), Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo, Barcelona, Malpaso, ISBN DIGITAL: 978-84-17081-02-7
Descartes, R. (2004), Discurso del método. Meditaciones metafísicas, La Plata, Terramar: pp. 52, 126-127 y 171.
Wells, H. G. (2012), La guerra de los mundos, Buenos Aires, Debolsillo.

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Diego Hernán Milinik

Ingeniero Industrial, estudiante de Licenciatura en Filosofía

Ingeniero Industrial, estudiante de Licenciatura en Filosofía. Se ha desempeñado como docente universitario y de maestría, y ha integrado un grupo de investigación en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. Integra un grupo de investigación sobre Inteligencia Artificial en el SADAF (Sociedad Argentina de Análisis Filosófico del Conicet), y desarrolla su tesis sobre Martin Heidegger y las ciencias exactas.

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