Ensoñaciones distópicasVoz y verbo

Éntomon

Éntomon
Carolina Rodríguez Mayo*

 

——–Se acercaba la hora de cerrar el bar, pero aquella mujer al final de la barra seguía bebiendo de a pequeños sorbos su bourbon. Yo fingía que tenía que secar más vasos antes de guardarlos porque no quería que ella pensara que era hora de irse. Quería salir temprano, como cada noche, pero en realidad el bar debía estar abierto hasta las tres de la mañana y faltaba un cuarto, así que esperé. Me detuve un momento para verla, estaba aburrido. Llevaba un pantalón negro y un saco gris de cuello alto, lo noté porque no pude ver su escote; el pelo desordenado, tinturado de un color que parecía ser originalmente rojo y que se había degradado hasta parecer un castaño muy maltratado. Tenía un aspecto constipado, una mirada vidriosa y no apartaba sus ojos de la bebida. Su maquillaje estaba corrido, daba el aspecto de haber estado bajo el sol durante varias horas, como que el sudor le había corrido el rímel y el delineador. Ya faltaba muy poco, dos minutos para cerrar, entonces le dije: «Ya estamos cerrando». Y ella me respondió: «Lo sé chico, ya voy de salida».

 

——–Se marchó y dejó una buena propina. Su perfume apestó la barra a pachulí y sudor. A este lugar llegan toda clase de personas, pero ella, en particular, me había parecido extraña. Caminé hasta mi casa que queda apenas a tres cuadras del bar. Mi plan era el mismo de cada noche: llegar a mi apartamento a prepararme un plato de ramen instantáneo, acompañarlo con una Coca-Cola dietética, comerlo mientras veía un poco de soft porn e irme a dormir. Adoraba esa corta caminata. Adoraba los árboles, el parque lleno de marihuaneros y borrachines, las casas viejas y las pocas prostitutas que buscaban clientes antes de que despuntara la mañana.


——–Aquel recorrido era como un trance que me permitía conectarme con todo, me sentía como un árbol, como una prostituta, como un borracho y como yo mismo. El aire frío, que noche tras noche me golpeaba el rostro, era reconfortante. «Estoy vivo» susurraba de vez en cuando mientras caminaba,  «este es mi ecosistema». Sin embargo, esa noche el aire se sentía diferente, el olor de pachulí y sudor había impregnado mi ropa, sentía que esa pestilencia me estaba persiguiendo. Me quité la chaqueta y la sacudí como por intentar algo, pero el hedor persistía.


——–Las luces de la calle tintinearon y en la esquina vi la figura de aquella mujer del bar. Estaba encorvada y tenía una lata de cerveza en la mano, se hizo justo bajo un poste de luz y pude ver su cara, era ella con su aspecto desarreglado y círculos bajo los ojos. Se veía aún más terrible bajo la luz y, pese a su aspecto común, no podía dejar de verla. Cuando pasé a su lado la saludé y ella me devolvió el saludo mientras levantaba su lata en señal de brindis: «¿qué tal?». Sin darme cuenta estaba abriendo la puerta de mi apartamento y ella me seguía, puso sus labios algo resecos en mi oreja y me susurraba cosas sin sentido. Cuando entramos sus manos estaban en mi pecho, yo le daba la espalda mientras ella me bajaba la bragueta.


——–«Déjame verte» le dije, y ella se hizo frente a mí. Su aspecto ya no me parecía tan malo. Su piel era suave, aterciopelada, y su voz era dulce. Sus ojos brillaban sin importar la poca luz que cubría la sala. Ambos olíamos a pachulí y sudor. La besé más por necesidad que por deseo, llevaba meses sin tirar, llevaba meses sacudiéndome la pija con afán desenfrenado, incluso llegué a pensar en contratar a una de las prostitutas que se paran cerca al bar, y lo habría hecho de no haber sido porque mi falta de dinero era más grave que mi falta de sexo. Le estaba quitando la ropa cuando mis tripas me alertaron, tenía hambre. «¿Qué pasa chico?, ¿no comiste nada en el bar?» me preguntó. Seguí a pesar de mi estómago, le besaba las tetas y las nalgas, el olor a sudor se intensificó con su desnudez, pero ya no me importaba. Seguro que yo tampoco era un ramo de rosas, había estado trabajando al menos unas diez horas. Si ella ignoraba eso, yo también lo haría. Cuando estuvo completamente desnuda se arrodilló, agradecí al cielo por aquel bourbon. De rodillas y con la boca bien abierta la miré, estaba encantado, sí sabía mamar y lo hacía con gusto. Sentí un poco de temor al pensar que me pediría que le devolviera el favor. Terminó y se puso en cuatro. Me pidió que usara condón mientras se mojaba la vagina con la mano. Estaba encantado con aquella mujer del bar. Todo estaba saliendo bien y el sexo resultó excelente: sin nombres, sin tapujos, sin etiquetas. No tuve que inhibirme, la toqué donde quise y ella gritó como una fiera desencadenada. Tuve un gran orgasmo y me tendí en el tapete de la sala junto a ella.

 

——–Ella se levantó y buscó su lata de cerveza, la agitó para ver si aún tenía algo.

 

——–—Tengo cerveza en la nevera— le dije, así que ella buscó la cocina y trajo dos.

 

——–Empezó a beber y yo la seguí.

 

——–—Así que pachulí y sudor, eso es lo que pensaste de mí ¿no?

 

——–Un frío me bajó por la espalda, sus ojos tenían un aspecto diferente, más oscuro, igual que los círculos debajo de estos que, además, estaban más pronunciados que antes.

 

——–—¿De qué hablas?

 

——–—Sabes chico, eres una presa fácil.


——–—Tú no eres exactamente muy difícil de convencer.

——–La invité a que se quedara a dormir, le aseguré que si no quería acostarse en la misma cama en la que yo dormiría, yo podría quedarme en el sofá. Sin embargo, ella negó con la cabeza y me pidió una camisa vieja prestada, «no quiero pasar frío».

 

——–Me acosté en la cama y noté que ella se veía diferente, la camisa que le presté le quedaba muy ancha. Cuando tiramos en la sala vi sus piernas más voluminosas; ahora podía ver sus rodillas marcadas y bien pegadas al cuero, los círculos bajo sus ojos estaban más pronunciados, estaba seguro que el bourbon y la cerveza la tenían en mal estado. No me imaginaba que estaría tan ebria, así que le di unas palmaditas a la almohada como seña para que se recostara. «Te ves cansada» le dije, ella me sonrió y se apresuró a la cama. Tan pronto se acostó la rodeé con mis brazos, sentí que era algo que debía hacer y no me incomodaba. Llevaba meses sin sentirme tan conectado con alguien, estaba feliz. Cerré los ojos, el sueño ya me estaba ganando. Ella puso su cara frente a mi cuello y una mano suya en mi pecho, bajo su cabeza, mi brazo le servía de almohada. Acaricié su pelo con la mano libre y caí dormido.

 

——–Abrí los ojos y mi cuarto estaba completamente oscuro, en definitiva, las cortinas blackout fueron una buena inversión. Aquella mujer del bar seguía inmóvil sobre mi brazo, el dolor me despertó y necesitaba moverlo, aún quería dormir un par de horas más, pero la molestia era bastante. Prendí la luz del cuarto y bajé la mirada en dirección a su cabeza y no pude creerle a mis ojos. Su cabeza parecía una fruta magullada, estaba blanda y tenía una forma como ovalada. Traté de apartar mi brazo, pero la cabeza estaba muy pesada. Toqué su pelo con mi mano libre, con el fin de despertarla, pero me quedé con varios mechones en la mano.

 

——–Estaba asustado, tal vez ella sufría de alguna extraña enfermedad y yo no lo había notado, tal vez el alcohol le había provocado una reacción alérgica o alguna embolia. No entendía nada de lo que pasaba.

 

——–Cogí su rostro con mi mano libre y su aspecto me cortó la respiración. Aquella mujer se veía como un insecto, su cara no tenía definición humana, sus pómulos estaban consumidos, no tenía carne ni en las mejillas ni en la boca que, ahora, era una línea delgada y minúscula. Sus ojos estaban achinados y su nariz desapareció dejando en su lugar un pequeño hueco. El rostro alargado le tapaba el cuello. Estaba aterrado, quería salir de la habitación, llamar a emergencias. Pude liberar mi brazo, busqué en el piso de la habitación mis pantalones y me los puse a toda velocidad. Giré para verla de nuevo, su cuerpo también estaba alargado, en el bar la recuerdo más baja que yo y ahora sus piernas se salían de la cama y daba la impresión de ser el doble de alta. Su cuerpo también estaba desfigurado, no solo su tamaño cambió, su volumen también era diferente: se veía muy delgada, cada hueso de sus brazos y piernas se marcaban debajo de su piel.

 

——–Comencé a buscar mi camisa cuando escuché un ruido, ella se estaba levantando. «Tenemos que ir al hospital» le dije y la vi: sus pupilas ocupaban gran porcentaje de sus ojos y movía la cabeza de lado a lado con tanta agitación que creí que convulsionaba. Sus manos desaparecieron, quedó manca, como si alguien le hubiera cortado las manos desde las muñecas. Cuando dejó de mover su cabeza hizo una mueca horrorosa: mostró sus dientes, que eran pocos y filudos, y comenzó a gatear sobre la cama. No quería seguir en mi habitación; sin embargo, la fascinación no me dejaba irme, no me dejaba correr, no quería llamar a nadie; quería ver qué sucedía. Su pelo se cayó por completo y la camisa que le había prestado para dormir a duras penas le cubría los senos, se veía diminuta en su cuerpo. La miré y me dirigí a la puerta, giré la perilla, la puerta estaba trancada, jalé para salir pero no abrió. «Así que pachulí y sudor, eso es lo que pensaste de mí, ¿no?» dijo con una voz gruesa y distorsionada, como si saliese de un radio viejo. Yo lo negué.

 

——–Vi que en su torso algo se movía y a la altura del costillar un bulto que bajaba y subía, entonces otros dos miembros alargados salieron de su cuerpo. Era como ver un enorme insecto con piel humana. Vomité al lado de la puerta. Ella se bajó de la cama y gateaba en mi dirección, así, agachada, parecía un gran danés. Su enorme tamaño me provocó más arcadas. De un momento a otro su rostro quedó frente al mío. Su aliento era asqueroso y le escurría por la ranura, que antes era su boca, una babaza blancuzca. Luego, recorrió toda la habitación y caminó hasta en el techo; yo, mientras tanto, me sujetaba las rodillas y pedía que todo fuera un mal sueño.

Gateó en mi dirección y con su rara voz me dijo: «tú no eres exactamente un ramo de rosas».

 

La autora

Carolina Rodríguez Mayo

Literata con opción en Filosofía

Carolina Rodríguez Mayo

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