Alba inmarcesibleVoz y verbo

La tierra enmudecida

La tierra
enmudecida

Por:

Eduar Yosniel Pájaro Peña (Cartagena, 2000)

Se escuchan los tristes ecos, los melancólicos instantes entre nuestra existencia y la creación, en Naturalia y su dolor

Sentada en el trono de la vida yace el espíritu de la tierra, cuyo nombre es Naturalia. La acompañan dos lobos, quienes desprenden en sus pelajes una luz brillante, y protegen a la madre tierra de cualquier peligro. Ella sostiene en sus manos la vasija de la existencia eterna, su rostro es la perfección excelsa de todo el planeta, en los ojos irradia el arcoíris del pacto de la alianza, desde la boca pronuncia paz y abundancia ilimitada. Su reino está oculto en los confines de los mundos subterráneos lejos de la vista humana.

Ella sufre en silencio las penalidades del planeta, llora en desconsuelo por los golpes que azotan las cuencas terrestres, acabando en temblores hasta los mismos tuétanos. Sucumbe ante esos dolores deprimentes, se frota para calmar la agonía sin resultado alguno. Naturalia se pregunta qué seres viven en su superficie, cada día que transcurre aparecen nuevos síntomas agonizantes: fiebre colapsa sus sentidos, manteniéndola acostada en una cama, cuyos bordes son de oro puro. Su piel seca le irrita cada poro, por ello se rasca tanto… haciéndola sangrar.

La madre tierra está decidida a destruir las acciones de sus verdugos, por eso toma una poción mágica, este hechizo es capaz de desconectar a Naturalia con el planeta, de esta forma no es afectada por los actos de los enigmáticos seres que habitan en ella. Se despide de sus dos guardianes, la tristeza la embarga, le es muy difícil abandonar su lugar de reposo, sin embargo, tiene la voluntad de terminar con el cáncer que poco a poco la destruye.

—Hermanos guardianes, espero regresar muy pronto. Debo averiguar el origen de la decadencia insólita de nuestro hogar— dice Naturalia frotando la cabeza de los lobos.

Suspira y cierra los ojos pidiendo tranquilidad y fortaleza en el viaje a la superficie terrestre. Aprieta el botón de teletransportar y así flota hacia la sutileza del aire, una luz blanca se impregna en todo su cuerpo, transportando cada molécula divina al espacio terrenal, de repente, pierde la conciencia adormilada por los laureles del sueño.

El sonido de los cantos de las aves primaverales resuena en sus oídos, se despierta. La incertidumbre la agobia, puesto que desconoce el lugar que la rodea, ella solamente se inmuta a observar la cálida luz del sol que llega a lo más recóndito del bosque. El ruido de los grillos suena en sintonía como una orquesta, el céfiro suave acaricia a las gacelas, quienes se encuentran pastando. Un grupo de hormigas con hojas en las mandíbulas aparecen ante la vista de ella, los árboles se mueven bailando con el soplo del espíritu eólico, gotas caen en el riachuelo dándole vida a una fauna acuática y silvestre. Árboles viejos e inmensos le susurran a Naturalia, estos tienen cicatrices en los tallos, junto a marcas propiciadas por el tiempo, hojas secas y pálidas adornan el hermoso caminar de sus raíces.

—Madre Naturalia, hemos vivido tantos años de maltratos por aquellos innombrables seres, los hemos visto, ellos nos destruyen cada día. No entendemos qué hemos hecho para merecer esta condena— dice el roble sollozando.

—Nos arrancan nuestros hijos, hemos perdido amigos y familiares. ¿Qué cosas les hemos hecho a esos seres? ¿Merecemos la muerte por existir?— declara el sauce negro mirando fijamente a Naturalia.

—Nunca imaginé que ustedes sufrieran tanto, es lamentable esta desdicha…. Pero, ¿han hablado con los seres humanos acerca de este asunto?

—Ellos no escuchan nuestros lamentos, no ven nuestras lágrimas que caen en nuestros propios tallos llenos de marcas. Les intentamos hablar purificando el aire, protegiéndolos del calor implacable— expresa el roble.

Naturalia observa con asombro la angustia de los árboles, gotas salen de los ojos pasando como turbulentos ríos en su mejilla rosada, ella lamenta las acciones de los seres humanos en contra del bosque, cada vez su odio hacia la humanidad aumenta. Por ello, decide seguir observando las acciones del hombre, sin embargo, internamente siente que hay una esperanza.

Naturalia sobrevuela el bosque rápidamente, mira a lo lejos una gran metrópolis, humo negro sale de torres inmensas que llegan hasta los límites del cielo. En ese instante, el firmamento comienza a hablar intrépidamente.

—¡Oh madre tierra! Sufrimos esta agonía… Solo servimos como protectores en nuestro hogar… Ellos nos enferman con la oscuridad gaseosa que expulsan sus extrañas máquinas… —confiesa el firmamento adornado con oscuros gases.

—Los árboles de la tierra lloran desconsoladamente, hasta el cielo sufre del martirio perpetrado por aquellos seres sin corazón, ¡tranquilícense mis creaciones, yo misma aniquilaré a esos malvados seres! —dice Naturalia mientras observa todo a su alrededor.

—Madre tierra, nosotros solamente hacemos el bien, les damos el agua lluvia con la intención de que se refresquen y puedan usarla. Los protegemos de los letales rayos solares, pero… nos han hecho heridas tan profundas que ya no podemos protegerlos como antes. Además, les mostramos hermosas obras de arte para que contemplen toda nuestra belleza —replica el firmamento mirando eternamente a la madre tierra—. No entendemos porqué ellos nos pagan tan mal.

Naturalia decide dirigir sus pasos hacia la metrópolis más cercana, ella es invisible ante los ojos humanos soberbios y viles, solamente se puede sentir su aroma a rosas recién cortadas. Flota lentamente sobre la ciudad, en ese momento observa que un hombre misterioso sostiene una pistola en las manos, este le apunta a alguien más; tira del gatillo y se escucha un fuerte bramido, ese alguien cae, aparece un charco de sangre, el asesino sale corriendo escondiéndose en la oscuridad del silencio. En otro lado, Naturalia percibe una multitud de individuos que se golpean entre sí, la euforia descontrolada de aquellos individuos desemboca en un conflicto destructivo. Luego, mira hacia otro lugar, fija su atención en las personas sucias y tristes sentadas en las calles, quienes le piden dinero y comida a los ciudadanos circundantes.

—No comprendo porqué ellos se autodestruyen. ¿Por qué se odian si son una misma especie? No coseché odio en sus corazones, tampoco la pobreza y mucho menos la destrucción de la vida. Les he dado todo gratis, las frutas que crecen en los árboles, los peces en el mar y en los ríos, la carne de aquellos animales que se han sacrificado solamente para alimentarlos. ¡No comprendo esta situación! —manifiesta Naturalia sollozando de la fortuita injusticia humana.

Ella no entiende las acciones de los seres humanos, sin embargo, sigue caminando en la ciudad. Después de varios minutos, distingue un enorme edificio y decide entrar. Allí observa a un hombre grueso, sus mejillas coloradas y su gran barriga la impresionan, él está bien vestido y saca mucho dinero de una caja fuerte, de pronto, pronuncia carcajadas.

—Ahora si estoy volviéndome rico… Gracias a estos bobos que creen en todo lo que les digo, invento algún proyecto y el dinero destinado lo agarro para mí —dice el hombre mientras guarda el dinero en un maletín.

Naturalia no puede creer aquellas palabras llenas de hipocresía y ambición, tampoco concibe la idea de encontrar seres cuya existencia está solventada por la obtención de dinero, sin importar su propia destrucción en el planeta que los aloja. Sin más, decepcionada se encamina hacia un río que trasciende las vastas planicies por fuera de la ciudad. La eufonía de los cantos acuosos del río la abrazan en inmedibles alabanzas, miles de voces melodiosas pronuncian su nombre, dándole una bienvenida afable. Ella siente su corazón lleno de placer y dicha al escuchar aquellos hermosos sonidos que le erizan la piel. Naturalia se acerca a la orilla, observa su reflejo.

—¡Oh bella madre tierra! Dueña de las creaciones terrestres, te respetamos por tu gran bondad, nuestra tristeza es ácida como la amargura de los químicos que acarician nuestro espíritu —expone el río.

—Lo siento mucho, respetable río, ¿a qué más se debe tu tristeza?

—mancu Naturalia con mirada melancólica.

—Los seres humanos interrumpen nuestras canciones, nos someten con su basura calamitosa de desechos putrefactos, también nos ensucian con extrañas sustancias. La sangre de la tierra recubre nuestras venas envenenadas con aquellos químicos…

—¿Por qué no dialogan con ellos? —pregunta Naturalia sorprendida.

—Ellos no escuchan nuestras lamentaciones, no entendemos porqué nos hacen daño. Además, los llenamos de vida, alimentamos sus vientres y a los demás seres que viven en el bosque.

El cielo está triste, los árboles claman ayuda, se derrumban en sus raíces firmes, pierden amigos, familiares e hijos, no tienen escapatoria. Las plantas no pueden correr al filo del hacha, tampoco pueden esconderse de las máquinas que los talan, y mucho menos del fuego ardiente que consume cualquier elemento, llevándolo a cenizas. Los ríos padecen de su infortunio, se secan por la debilidad del firmamento. Los caudales están envenenados por la sangre negra extraída de las profundidades, esto corrompe su propia esencia. La madre tierra llora en desconsuelo, no tolera ver que el planeta yace sufriendo por la cruel actitud de parásitos con ansias de destrucción. Observa a sus hijos que sufren la pobreza y la miseria, sin ella poder hacer nada… El mundo está manchado por un nido de culebras.

Naturalia está decidida a destruir toda la vida terrestre, tiene la esperanza de formar otra vez creaciones nuevas. Ella alza sus manos, le suplica al testigo sol que aumente el oleaje ardiente para así acabar con la existencia en el planeta. De pronto, aparece una niña con un corazón puro y noble, es capaz de percibir a la madre tierra en su esplendor. La infanta se acerca lentamente y, mirándola clama piedad.

—Madre tierra… Las Azucenas florales me contaron de tu decisión, ¡por favor! Te entrego mi propia vida con la condición de que perdones a la humanidad por su gran error —replica, sosteniendo la mano de Naturalia—; no todas las personas son malas… Existe gente que lucha constantemente para mantener al planeta en buenas condiciones.

—¡Oh pequeña niña! Me asombra tu valentía de entregar tu propia alma a favor de seres nescientes y dañinos. Tu corazón es puro, pero ellos prefieren los papeles verdes, el control del mundo, las ansias para obtener recursos de forma desordenada, dañan su propio lugar de residencia, la tierra.

—Sí, son injustas las acciones de estos, pero la vida no es tan solo tristezas. Existe la vida que se desarrolla en cada vientre de alguna mamita, las plantas crecen con la luz solar como lo aprendí en las clases de biología… Las abejas revolotean con el néctar de las flores, el aire nos acaricia con su suavidad, las personas disfrutan de la naturaleza con un hermoso picnic, cosechan la vida, cuidan a sus animales… ¡Danos otra oportunidad…! ¡Aquí te entrego mi alma!

—No es necesario, bella niña, yo cortaré mi lengua para nunca hablar, estaré enmudecida eternamente confinada en una cama, nadie escuchará mis gritos de lamento en las noches vanas y oscuras, mi dolor y, mucho menos mi clamor que llama hasta la propia muerte. Todo esto pasará cuando la humanidad entienda el significado de la vida y me cuide.

En ese instante, Naturalia se corta la lengua en dos pedazos, una parte cae en el suelo, allí aparece un arbusto de diamantes brillantes. Sangre transparente corre por su boca como idilios de aguas torrenciales, esa linfa se convierte en un mar de piedras preciosas. La niña sonríe y le agradece la nueva oportunidad.
En ese momento, se despide de Naturalia, y con una sonrisa desaparece como un destello de luz. La madre tierra mira los nubarrones, estira la mano saludándolos, dirige la mirada hacia el caos del mundo, cierra los ojos, con un suspiro su cuerpo comienza a brillar, un vibrante sonido se escucha como si miles de aves cantaran al mismo tiempo. De repente, se transforma en pétalos amarillos que se van volando hacia la morada intangible del sol y la luna… Los guardianes del viento la acompañan en el viaje como leales lagañas después del amanecer… Un pensamiento es dejado por Naturalia: “Espero que la humanidad se libere de su más grande destrucción: la ambición y la violencia”.

El autor

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Angel Yosniel

Escritor y redactor web

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