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Un viaje por carretera

Un viaje por carretera:
el desierto bajo el espejismo
de imágenes en la pantalla

Juan Manuel Martínez (Colombia 1989)

Al igual que Bolaño, cómo negarnos a navegar por los desiertos y carreteras de la extensión americana, de norte a sur, o de la América del sur hasta la América del norte y quizás más allá.

C Conduciendo por encima de noventa mph en la oscuridad de una autopista desolada a la media noche y con todas las ventanas abajo… ráfagas de aire tibio y pesado de un verano a punto de colindar con el otoño. En las orillas espectros de lo que en su momento fueron armadillos, serpientes y neumáticos de tractomulas dispersos luego de estallar y haber esquivado varios vehículos en fila. Amanece y el cielo se encuentra despejado bajo el “violeta después de la hora primera”, como en el Soneto XII de Shakespeare. Esta es la realidad de la carretera, el escenario primitivo y primordial de la América salvaje e ingenua de la que hablaba el francés Jean Baudrillard en su obra bajo el lacónico título de América (1986).

Si bien a Baudrillard erróneamente se le conoce por su aparición en la primera Matrix (la escena en la que Neo abre su libro, Simulacros y simulación (1981), donde guarda contenido digital de contrabando), no es esta la visión de Baudrillard, quien en su momento rechazó trabajar en una secuela de la película al considerar que esta interpretaba su visión de la hiperrealidad de manera errónea. La verdadera hiperrealidad a la que este se refería se halla de manera más concreta en los signos dispersos de la virtualidad que hoy día se encuentra en su cénit de implosión desde buscadores y redes sociales; o, mejor aún, en el espejismo de las carreteras incandescentes en un verano ardiente del territorio estadounidense. Para adentrarnos en este desierto de lo auténtico, como demuestra el francés infatuado con la autenticidad primitiva de América, “se debe salir de las bibliotecas y caminar, ver la auténtica naturaleza”. Se ha de tener en cuenta, da a entender Baudrillard, que en la América de los Estados Unidos se anda en las carreteras como quien vuela en los cielos y con transmisión automática, de manera somnoliente y lindando con lo onírico.

Más de un filisteo empuñará su mano y sacudirá la cabeza con un rotundo “no”, negando así el impulso, el instinto natural, que se requiere para andar en las carreteras, siendo estas una extensión del desierto más árido y salvaje, allí donde yacen lo primitivo y lo irreferencial, aquello que no requiere de un antes ni un después, significante puro y realidad de la más cruda. Dicho impulso se extiende a lo largo del territorio americano y parece cobrar más sentido en sus fronteras. El desierto, la tierra de nadie que colinda en la frontera americana de norte a sur y de sur a norte, tan solo se puede entender en términos poéticos, trascendiendo el tribalismo de la política contemporánea, quizás de la manera en que sucede en el Meridano de Sangre de Cormac McCarthy que solo se puede leer en clave épica, al estilo de la Ilíada.

Una vez la tropa de scalp hunters (cazadores de tapas de cabezas) se encuentra en territorio mexicano, en una cantina en medio de la nada totalizante que es el desierto, aparece un borracho mexicano que pronuncia las siguientes palabras en su inglés a medias: “This country is give much blood. This Mexico. This is a thirsty country. The blood of a thousand Christs. Nothing” (Este país, este México y la sangre de mil Cristos). A este hombre le acaban de acuchillar a su hijo en una de las mesas de la misma cantina y, consciente de que en medio de este desolado espacio del desierto americano no queda más que la infinitud y el encierro dentro de su propia extensión, no le resta más que recurrir al encantamiento onírico del territorio y pronuncia las siguientes palabras “When even the bones is gone in the desert the dreams is talk to you, you dont wake up forever” (Aun cuando los huesos se han ido en el desierto el sueño te habla, no te despiertas para siempre). Más adelante leemos cómo esta tropa de salvajes sigue su camino, recurriendo de nuevo a la imagen de la muerte, de los huesos dispersos sobre el desierto.

Este desierto y esta carretera junto con su encantamiento son los mismos que encontramos en En la carretera (1957) de Kerouac, descendiendo en automóviles de norte a sur al ritmo del jazz. El impulso primitivo de la carretera siempre está presente en Kerouac, quien se inspira con los vagabundos tirados sobre el pasto para emprender su camino: “I stretched out on the grass of an old church with a bunch of hobos, and their talk made me want to get back on that road”, concluye Dean Moriarty.

Ahora bien, la misma pulsión se dibuja en los caminos de Bolaño, pero, a diferencia de Kerouac, esta vez de sur a norte—siendo estos caminos los que emprenden los Detectives salvajes y los que Bolaño describe en su poema El burro:

Cómo negarme a montar la veloz moto negra
Del norte y salir rajados por aquellos caminos
Que antaño recorrieran los santos de México,
Los poetas mendicantes de México,
Las sanguijuelas taciturnas de Tepito
O la colonia Guerrero, todos en la misma senda,
Donde se confunden y mezclan los tiempos:
Verbales y físicos, el ayer y la afasia.

Al igual que Bolaño, cómo negarnos a navegar por los desiertos y carreteras de la extensión americana, de norte a sur, o de la América del sur hasta la América del norte y quizás más allá. Negarlo es entregarnos a los caprichos del capital, a las leyes rígidas del mercado que todo lo sabe cuantificar y todo lo monetiza, hasta la propia locomoción. Negarnos al instinto cuasi-meditativo de deambular por las carreteras es perder la batalla sobre la versatilidad prostética que se suponía brindaría consigo el progreso; es, en esencia, dejar que una pequeña élite cultural de urbanitas—que esperan diligentemente su envío de Uber Eats y su vehículo eléctrico o solar con función de autopiloto para ser transportados—decidan dónde y cómo debemos deambular por el mundo.

Todo esto tendrá lugar mientras, virtuosamente, estos urbanitas que gozan de la alta cultura van a pie o en bicicleta dentro el casco urbano, el cual es mantenido por quienes se transportan desde las periferias y conducen automóviles y tractomulas con los productos de la canasta básica a centrales de abastecimiento y supermercados por carretera. Como sugiere el camionero y escritor estadounidense Gord Magill —desde las márgenes de la sociedad norteamericana, un redneck más entre la franja de deplorables de clase baja de la América hiperreal— la automatización de los vehículos y la evidente guerra contra el acto de conducir no han significado mejores salarios o condiciones para los trabajadores del sector del transporte, ahora vigilados por medio de los nuevos dispositivos de rastreo y automatización instalados por sus compañías.

Sobre un desierto que ha convergido en su totalidad con la carretera, y, una carretera de la cual—como en el “Imperio de la ciencia” de Borges—no es posible distinguir del mapa, del modelo, navegamos y nos perdemos, convergemos con los esquicios de la red y la virtualidad. Se torna brumoso, confuso, navegar en esta realidad plagada de imágenes, de redes sociales, de videos y posts virales donde todos parecen poseer la verdad y donde la misma se esfuma en cada causa emergente que deja una huella, una estela de indignación que prevalece y es relevada por la siguiente.

Si de la pulsión incandescente del desierto y la carretera no queda más que la simulación, la hiperrealidad de la virtualidad, no resta más que mirar hacia atrás, hacia los orígenes de este mapa, este territorio virtual que ahora se presenta sin referente alguno, emergente y espontáneo, imagen tras imagen, clic tras clic. Hasta ahora la literatura ha divagado en esta dirección de la manera en que lo hace Don Delillo, como sucede en su Underworld (1991), el bajo mundo de su literatura; en especial el último capítulo que se encuentra bajo el título de Das Kapital y que parece salirse de la narración para integrarse en su totalidad con el sistema cibernético, el desierto de lo virtual, de la siguiente manera:

El capital elimina los matices de una cultura. La inversión extranjera, los mercados globales, las adquisiciones corporativas, el flujo de información mediante los medios de comunicación transnacionales, la influencia moderadora de un dinero electrónico y un sexo ciberespacial, dinero que nadie toca y sexo seguro mediante ordenador, la convergencia del ansia de consumo: no es que las personas ansíen necesariamente lo mismo, sino que ansían el mismo abanico de opciones.

Podríamos agregarle a esta lista de opciones un elemento del siglo XXI: la estéril sensación de un viaje automatizado de carretera en el que el vehículo se autoconduce y su ruta es predeterminada de manera satelital.

En este fragmento de Underworld nos encontramos con una extensión tan vasta y totalizante como el desierto, pero esta vez desde la virtualidad, desde el escenario en que las estructuras de control parecen no empezar y tampoco terminar, descritas de manera certera por Gilles Deleuze en su Posdata a las sociedades de control (1990), en las que este sugiere que ha terminado lo que se conoce como la biopolítica y los sistemas panópticos, pues ahora la vigilancia tiene lugar fuera de las instituciones y del encierro a través de sus instalaciones y circuitos cerrados; ya que, al contrario, propone Deleuze, nos hallamos hoy día ante la vigilancia y el control desde la arena abierta de la sociedad, desde la virtualidad, para fines de este relato.

En ese sentido, otro ejemplo de esta convergencia con la realidad cibernética y la presencial tiene lugar en la obra de Thomas Pynchon, en la manera en que Edipa, la protagonista de The crying of lot 49 (1965) divaga entre signos y conspiraciones que se propagan a lo largo del territorio americano. Al final de la obra, luego de andar por carreteras y puentes californianos, atenta a cada signo, a cada manifestación de la televisión, a cada comercial y a las insinuaciones de los académicos, esta se encuentra deambulando por San Narciso, California. En ese momento de divagación escribe Pynchon:

San Narciso era un nombre, un incidente entre nuestros datos fatalistas de sueños y lo que los sueños se tornaban entre nuestra luz del día acumulada, el instante de una línea de tormentas o el descenso de un tornado entre las altas solemnidades más continentales—sistemas de tormentas de sufrimiento en grupo y necesidad, vientos prevalecientes de afluencia. Allí se hallaba la continuidad, San Narciso no tenía fronteras. Nadie sabía aún dónde dibujarlas. Ella se había dedicado, hace semanas, a darle sentido a lo que Inverarity [(su expareja)] había dejado, sin sospechar que su legado era América (traducción del autor).

Así, todo confluye en las palabras de Baudrillard, “La culture américaine est l’héritière des déserts” (La cultura americana es la heredera de los desiertos); “La culture comme mirage, et comme perpétuité du simulacre” (La cultura como un espejismo, y como perpetuación del simulacro). Y, como a la Edipa de Thomas Pynchon, el legado que se nos ha dejado es “América”, el desierto irreferencial e hiperreal que se extiende a lo largo del continente, sus carreteras, su ingenuidad primitiva.

De ser así ¿qué sucede cuando el mapa, el modelo, el desierto de lo virtual, el legado americano, se empieza a quebrantar como la tierra árida y agrietada? Queda la opción de volver a su estado primitivo, al menos para observar el punto en que este perdió sentido alguno. Es por ello que las manifestaciones contemporáneas del arte resultan útiles, como es el caso del videojuego Hypnospace (2019)—si hemos de considerar al videojuego como una forma contemporánea de arte. En este videojuego deambulamos cual detectives cibernéticos en un modelo del modelo de la internet a finales de los años 90. En este video juego nos topamos con la experiencia auténtica, salvaje y anárquica que era el internet de esta época, pero esta vez desde una tecnología que permite soñar con este internet desde el presente: el hypnospace. Si recordamos bien, en esta versión primitiva del internet, más de un amateur colgaba su propio contenido, sus propias imágenes y música de manera espontánea y natural, algo caótico—sin rendirle servicio alguno a las redes sociales y sus socios publicitarios que hoy día operan cual feudos virtuales. La economía de la atención no existía; cada uno buscaba sus nichos y sus obsesiones sin rendirle explicación a ningún otro.

Imágenes tomadas por el autor en su Xbox

Imágenes tomadas por el autor en su Xbox

Para dar un ejemplo, en el videojuego nos encontramos con contenido auténtico en varias de las páginas web, una de estas siendo Fungus Scene (La Escena del Hongo). En ella podemos ver la primera advertencia de la inminente corporativización y la mercantilización del internet ante el cambio de siglo, pues recordemos que esta se trata de la versión del 99 de la internet. La advertencia lee así “El acorralamiento de los usuarios de Hynospace a zonas patrocinadas ha afectado a más comunidades que solo la nuestra. La nuestra no puede existir bajo la supervisión corporativa”. Ahora bien, es posible también notar cómo el videojuego hace una parodia de la manera en que las luchas contraculturales se han convertido en espacios preestablecidos por la internet, la manera en que, en términos del investigador Mark Fisher en su obra Capitalismo Realista, lo alternativo ya viene preincorporado en el sistema. De manera burlesca e irónica, el host de la página web Coolpunk Is Dead deja el siguiente mensaje “Capitalism keeps killing” (El capitalismo sigue matando).

En el videojuego no solo nos topamos con texto de esta índole—quizás ingenuo, pero auténtico—sino que también deambulamos entre imágenes y música; entre estas, la canción o poema del artista independiente Jay Tholen, formations (Basidia), que suena en el mismo portal de La Escena del Hongo, cuyos versos dicen algo así en español:

El Tonto: “Suelo ser/ aquel/ que escucha a la razón/ Me gusta/ resolver/ las cosas/ por mi cuenta”. “Sin duda yo/ sé/ suficiente para/ solo pensar/ y hablar”. “Todo el tiempo/ estoy/ pensando”. “Mi mente está/ corriendo/ todo el tiempo”.

“Poseo/ conocimiento/ pasajero/ de varios/ temas” “Y yo/ haré/ comentario/ Todo sin escuchar/ nada/ de afuera” “Todo el tiepmo/ estoy pensando/ mi mente está/ alimentándose de/ sí misma”.

“Estoy/ destrozado/ con aprehención” “¿Será que no sé/
lo que sé?”

Es evidente que la angustia suscitada por lo virtual se empieza a manifestar en esta versión primitiva e ingenua de la internet retratada en el videojuego, cual radiografía de la historia reciente y la transición al mundo de las redes sociales y los vastos niveles de información al alcance de un clic. La imposibilidad de asir toda esta información solo termina por fragmentarnos, atomizarnos, dejarnos como el propio desierto irreferencial. Nos lleva al ejercicio constante del pensamiento sin una forma de expresarlo o compartirlo; nos lleva a dudar de nuestra propia realidad y nuestro conocimiento, a depender de nichos virtuales que se ajusten a la versión de la verdad curada y aprobada por nuestra tribu virtual. Como sugiere Katherine Dee en su artículo para la revista Cracks In Postmodernity, «El argumento es trabajado, el líder de pensamiento de su lado anuncia su posición: el libreto es actualizado»; luego se trata de aplastar a los demás con el látigo de la vergüenza al no ajustarse al libreto aprobado. De esta manera, ¿Cuál es la respuesta ante esta sensación de angustia, ante la ansiedad incesante de la modernidad? Quizás se halle en los propios caminos por recorrer, en la carretera incandescente, fuera de la red cibernética y gestionada por algoritmos de la virtualidad y sus redes sociales.

Volviendo a Baudrillard, recordemos que, para este, los desiertos eran su territorio de acción, su territorio de caza: no las conferencias en las universidades. Según el filósofo, este conocía mejor los desiertos americanos que los mismos americanos, pues ellos le dan la espalda a los desiertos como los griegos le daban la espalda a los mares. De tal manera, más allá de negar el impulso latente de la carretera, de darle la espalda, en lo posible, no se puede descartar la opción de “salir rajados por aquellos caminos” como Bolaño en El burro que también es su moto negra.

Quizás sea esta una salida ante la vida automatizada y estéril que viene acompañada de la virtualidad en la versión contemporánea del internet en un mundo mediado por tecnología sin tacto, automatizada, con autos en piloto automático, un mundo como el de la descripción de Delillo en el capítulo Das Kapital de Underworld. No se puede entonces descartar el papel de todo tipo de arte para este propósito; y, en lo posible hacerlo deambulando, sauntering, a píe como lo hacía Henry David Thoreau; en bicicleta, a tropiezos, como cuando aprendimos en los primeros intentos de las calles del barrio; o en un carro (preferiblemente totalmente desconectado de la red o de cualquier opción de automatización o de piloto automático) y recurriendo, quizás, a nuestra cantante beat contemporánea de la América hiperreal, Lana del Rey, aquella que reclama los caminos solitarios, ingenuos y primitivos de la carretera en sus canciones sobre los suburbios, el amor, y la angustia de la modernidad americana. En su música, el cuerpo es el propio desierto, es una extensión de la carretera; y, el automóvil, la extensión prostética pero maleable para expresar el deseo y la voluntad del poder sobre la máquina que aún no se encuentra automatizada y conectada a la ubicua red de la virtualidad. Quizás sea esta la manera de percibir la naturaleza primitiva e ingenua de la simulación de la América baudrillardiana en su máximo esplendor; pues, como dice su canción, Arcadia:

My chest, the Sierra Madre
My hips, every high and byway
That you trace with your fingertips like a Toyota
Run your hands over me like a Land Rover

In Arcadia, Arcadia
All roads that lead to you as integral to me as arteries
That pump the blood that flows straight to the heart of me
America, America

Culminamos así con este recorrido extenso por la América que se expande más allá de cualquier frontera geográfica, que, al pertenecer al mismo territorio, puede extenderse de norte a sur o de sur a norte, de una lengua a otra, de un cielo y una carretera a otra como la imagen a continuación; en esta ocasión, a punto de detenernos en alguna parada de la carretera, una bahía desolada y perdida en el tiempo con un diner solitario donde te reciben con café y te dejan fumar un cigarrillo para acompañar tu desayuno—como sucedería en una película de David Lynch.

Referencias

  • Baudrillard, Jean. Amérique. Éditions Grasset & Fasquelle, 1986.
  • Baudrillard, Jean. Simulacres et Simulation. Éditions Galilée, 1981.
  • Baudrillard, Jean. The Matrix Decoded: Le Nouvel Observateur Interview With Jean
  • Baudrillard. International Journal of Baudrillard Studies, 2004,
  • https://baudrillardstudies.ubishops.ca/the-matrix-decoded-le-nouvel-observateur-interview-with-jean-baudrillard/.
  • Deleuze, Gilles. “Posdata Sobre Las Sociedades de Control.” El Lenguaje Literario, vol. 2, Nordan, 1991, https://www.philosophia.cl/articulos/antiguos0102/controldel.pdf.
  • Fisher, Mark. Capitalist Realism: Is There No Alternative? Zero Books, 2009.

El autor

Juan Manuel Martinez

Juan Manuel Martínez

Magister en Estudios Avanzados de Literatura Española y Latinoamericana

Juan Manuel Martínez

Magister en Estudios Avanzados de Literatura Española y Latinoamericana

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1 Comentario

  1. La carretera se despliega como un viaje vertiginoso por la América salvaje, evocando la visión de Bolaño sobre desiertos y caminos inexplorados. Reflejando la inquietud contemporánea ante la hiperrealidad, se revela la angustia de la información desbordante y la lucha por la autenticidad. El sauntering, deambular desconectado de la red, se convierte en la búsqueda de la esencia primitiva de América, ya sea en la música de Lana del Rey o en el desierto irreferencial más allá de los límites geográficos. La narrativa invita a reflexionar sobre el impulso vital de explorar, ya sea en la realidad tangible de la carretera o en los recovecos virtuales del ciberespacio.

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