«En el camino de los perros mi alma encontró
a mi corazón. Destrozado, pero vivo»
Roberto Bolaño.

Corazón animal deshecho de los recuerdos,
de la geografía del níquel, del ansía,
de las voces detrás de las páginas
en donde se mastica el cuerpo y la muerte;
el pronto azar deicida del alma
que atrapó esquinas y ventanas de susurros
en donde mi cuerpo o el ayer dormitaba,
debajo de puentes oscuros como el silencio;
fua la exclamación de la insuficiencia hepática,
envuelto en mortaja de libros robados, de huellas plásticas,
como los remotos atardeceres de Blanes,
hoy en el cielo hay una línea de sangre,
de sangre hasta el paladar,
hasta las inserciones de las máscaras y los ojos,
un río, un grito horadado por sombras
que han de arder de clavos en clavos por el horizonte.
Animal hecho de grafemas, de fonemas, del pasado,
de ser ante las bahías solo hombre o pesar.
El suspiro indómito, corazón animal de navajas,
hasta el cúmulo de la ceniza de los cigarrillos.
Oh, tiempo, carnívoro animal de reencuentros,
hemorragia tenue hasta el calor íntimo o el sol,
eran los ojos de Homero en tus ojos:
aedo de las calles, de los perros, de los anhelos salobres.