Alba inmarcesiblePensamiento cítrico

La inmortalidad deseada

La inmortalidad deseada

Por:

Jimmy E. Morales Roa (Bogotá, 1984)

Me gusta la idea del tiempo que avanza hacia abajo, al desastre; que se suma a otros instantes y hace parte del cúmulo de fragmentos perdidos, que intentan regresar por el agujero de su destino.

[…]primero pregunten a los padres de estos mortales si no pensarían hoy que hubiera sido una gran felicidad ser vendidos como alimento al año de edad, del modo que describo, y así haber evitado la perpetua sucesión de desgracias que han vivido desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar renta sin tener dinero ni oficio, la falta de sustento básico, sin casa ni ropas que los cubran de las inclemencias del tiempo, y el inevitable prospecto de condenar a las mismas o peores miserias a sus descendientes para siempre.

Jonathan Swift. Una modesta proposición (1729)

«Se agota el tiempo», ha sido la frase constante en las cumbres sobre el cambio climático. Se agota segundo a segundo, como los granos de arena que se precipitan por el estrecho canal del reloj. Me gusta la idea del tiempo que avanza hacia abajo, al desastre; que se suma a otros instantes y hace parte del cúmulo de fragmentos perdidos, que intentan regresar por el agujero de su destino. El tiempo hecho arena, se curva, se hace circular y, en un instante, se comporta como principio y fin. En ese mismo instante se hace infinito.

Giordano Bruno pensó en el siglo XVI, que el universo no tiene centro ni borde, ni arriba ni abajo. De esta idea se escribió un evangelio del infinito y se proclamó hereje a su autor. Quizá allí vio la luz, esa revelación: la única forma de entender la eternidad es sabiéndola en un universo sin tiempo. Ese es el universo de todas las posibilidades y de ninguna preocupación.

Entonces aquel «se nos agota el tiempo» deja de ser relevante. Cuando el vivir por siempre y abrazar la eternidad deja de ser un sueño, para convertirse en una posibilidad, en una necesidad, una que debe ser arrancada del mito y de la ficción. Es una premisa hacerla realidad, creer que somos eternos independiente del entorno natural, de la limitada tierra en la que habitamos, lo que importa, sin duda, es que la humanidad prevalezca. El humano deshumanizado y material, no basado en la religión y la promesa de una dimensión, en la que seremos eternos al despertar tras la muerte. Tampoco la de ser inmortal en el recuerdo de quienes estén vivos. Hablamos de nuestra conciencia y nuestro cuerpo habitando este, u otro mundo por siempre, sin mirar atrás, sin la imagen de los tilos incendiándose en la noche.

En nuestra vida fugaz llevamos la idea de ser especiales, únicos y con el derecho que nos asiste, consumir todo más allá de los límites. Se acaban los recursos, pero nunca el hambre por consumirlos. Y así, consumiremos eternamente lo que este universo nos ofrezca. Pero todos los humanos no están llamados a este eterno privilegio. No todos lo merecen. Esta es una condición egoísta en la que, por supuesto, no hay espacio para aquellos parásitos denominados hijos, ni para estar rodeado de miles de inmortales. La única forma que vale la pena ser inmortal, es que el resto de la humanidad no lo sea. Este camino solo lo recorrerán quienes han acumulado el poder para hacerlo.

Para quienes estaremos en el reducido grupo de inmortales, estableceremos algunas normas y formas para conseguirlo. Una de ellas, es la de no pensar en la reproducción y rechazarla en cualquiera de sus formas, así como Borges nos muestra en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, los espejos y la paternidad son abominables porque nos multiplican y divulgan. No se debe tener hijos ni espejos. Ni ventanas a la naturaleza, que serán entonces un lejano recuerdo, hecho de hologramas móviles en los muros, en los pisos y en los techos.

Y como toda regla tiene alguna forma de excepción, propongo no multiplicarnos sino duplicarnos. Que este sea el tiempo de la liberación de la mortalidad por la clonación.

No es necesario proteger los bosques, ni paramos, ni campos, ni cultivos, ni animales. Nuestra necesidad de ellos desaparecerá. Serán duplicados, los imprimiremos y su escasez será solo el recuerdo de quienes en sus sesiones de yoga extrañen aquellos colores, olores y sonidos; los que ya, desde tiempo atrás, los hemos digitalizado.

Nuestra mortalidad se supone por el deterioro de nuestros cuerpos y mientras la genética logra encontrar y exterminar aquel tirano gen que hace de nuestras células elementos decadentes y no regenerables, a lo que comúnmente llamamos envejecer; la clonación nos dará la posibilidad de tener piezas de recambio, para que cuando alguno de nuestros órganos colapse, los médicos simplemente busquen piezas genéticamente compatibles en cuerpos enteros, como repuestos en un almacén, para ser cambiados cuando los excesos o la biología nos hayan llevado a la decepción de la enfermedad.

¡Qué gran noticia para mi adicción al alcohol; la que no dejaré! porque ante cualquier desastre hepático, simplemente pediré se me cambie el hígado por uno que ha sido cultivado sin contacto de alguna toxina, para nuevamente iniciar mi ciclo por todas las bebidas espirituosas existentes.

Y sí, la moral y la ética impiden crear cuerpos enteros e idénticos a nosotros, para luego ser descuartizados y destripados en nuestro propio beneficio. Siempre está la posibilidad de recrear la pieza necesaria en el interior de algún otro animal. Al final es nuestro genoma el que se copia y por tanto nos pertenece y como seres superiores de nuestro universo igual nos corresponde todo el poder y control sobre cualquier ser viviente; y con nuestras células como con nuestras vidas, siempre podemos hacer lo que nos venga en gana sobre la existencia de cualquier ser vivo en este planeta agonizante, para ello, hemos patentado la vida y sus derivados.

Y pensando más allá de las siempre útiles piezas de repuesto para nuestros frágiles cuerpos, que deben realizar peligrosas y agotadoras tareas, propongo tener tantos clones como sea necesario. Cuerpos adaptados y modificados a la medida del trabajo; esto es indispensable, sabiendo que el resto de la población sucumbirá ante las pestes que azotarán a lo largo y ancho de continentes enteros. Ante las hambrunas y sequías. O simplemente para realizar aquellas tareas que no deseamos hacer, de lo contrario dónde quedarían nuestras cruzadas por el goce y el placer.

Así también podríamos clonar en serie miles de cuerpos humanos para realizar esas tareas por las cuales pagamos; obreros, soldados, granjeros; dedicados a sus tareas diarias sin renegar, sin pensar en parar o protestar, por fin será desterrada esa idea de la libre asociación, del proletariado, de la marcha campesina, de todas las formas de trabajadores y de la peor de las organizaciones, los ambientalistas.

Cuerpos moldeados para realizar ese esfuerzo físico del que tantas veces hemos renegado, otros para que asistan a esas reuniones indeseadas con gente igualmente indeseable; un cuerpo idéntico con una mente modificada para hacer exclusivamente un par de cosas bien que, del resto de cosas, nuestro yo auténtico se encargará. No solo nos esconderemos de la muerte, también podremos hacer todas esas cosas que se deben pero que no se quieren.

Podremos también transferir nuestras conciencias. Serán clones idénticos, podremos así enviarlos al espacio exterior a lugares lejanos, a miles de años luz, y en cada uno de esos lugares un yo idéntico forjará los pilares de nuevas civilizaciones, ¿por qué preocuparnos por un mundo cuando podremos forjar miles?

Y si podemos transferir nuestra conciencia a otros cuerpos, podremos almacenarla de forma digital en alguna computadora, así para reaccionar de forma oportuna a los peligros que sin duda estamos expuestos, —todos sabemos que nuestro universo es un vecindario peligroso— podremos al llegar a casa, o en cualquier instante, descargar el último estado de nuestra conciencia en una copia de seguridad, y si algo nos pasará, la compañía de seguros recuperaría el material genético de algún banco creado para este fin, clonaría un cuerpo nuevo madurado hasta las condiciones que indique el contrato, para luego descargar en él la copia de nuestra conciencia, y así, como por arte de magia, estaríamos de nuevo en este mundo, perdiendo tan solo un día o menos de nuestra existencia, una pérdida insignificante en comparación con esa gran cantidad de gente que pasa la vida sin hacer nada.

Clonarnos traerá a nuestro mundo el tan anhelado tiempo para crear, para hacer las verdaderas cosas importantes, para dedicarnos al verdadero ocio y hedonismo, olvidarnos de esas leyes morales que impiden apoderarnos de la eternidad, de esa codiciada propiedad de Dios, donde no hay enfermedad, ni muerte, ni dolor. Donde se puede estar en varios lugares del universo al mismo tiempo y donde todo está permitido. Y así, de una buena vez, borramos para siempre la línea que divide lo que está bien, de lo que está mal.

Borraremos esa idea en la que el tiempo de este planeta se acaba. No importará luchar  más por la conservación y el cuidado. En nuestro modelo de mundo civilizado y perfecto, de la infinita ganancia del capital, siempre será más barato y rentable inventar nuevas soluciones que intentar arreglar lo que hemos pervertido.

Invertimos infinitos recursos en nuestros viajes más allá de la atmósfera, ya no por la exploración sino por el placer, no por el conocimiento, sino por nuestra vanidad. Sin duda un viaje en gravedad cero que tarda solo unos minutos, es más significativo —y costoso— que llevar agua potable a esas regiones donde los niños mueren de hambre y sed.

Nuestra consigna siempre ha sido invertir en novedosas formas de solucionar con nuestra tecnología lo que hemos descompuesto, aunque en la mayoría de las ocasiones bastaría con dejar de hacer lo que ha provocado el desastre. Pero qué sería del nombre de esta especie poderosa y eterna, si llegásemos a reconocer y corregir nuestros lamentables errores. No podríamos ser esa especie que, se abraza a los desastres del pasado como piezas indestructibles del progreso.

Me gusta la idea del tiempo que avanza hacia abajo… hacia el desastre.

El autor

Jimmy E. Morales Roa

Jimmy Morales Roa

Ingeniero de sistemas – Literato

Jimmy Morales Roa

Ingeniero de sistemas – Literato

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