Cantos AbisalesVoz y verbo

In Memoriam

In Memoriam

Santiago Buitrago Celis (Bogotá)

«Un gruñido llevó al hombre a salir por la puerta. Se quedó por unos instantes en el marco, esperando un cambio de actitud en su compañera. Ella solo se inclinó hacia adelante para juntar el polvo amarillo que quedaba sobre la mesa y lo inhaló»

If I could save time in a bottle
The first thing that I’d like to do
Is to save every day
‘Til eternity passes away
Just to spend them with you
(Jim Croce, 1972)

L Las gruesas paredes de cerámica y concreto, si bien disipaban las ondas, aun permitían que se oyesen inteligiblemente los gritos provenientes de enfrente. Era la cuarta vez en el mes que había golpeado con fuerza en la puerta equivocada. La cuarta vez que el señor Perales amenazaba con llamar a la policía. La cuarta vez que ella lo maldecía justo antes de abrir la puerta correcta.

—¡Púdrase! ¡Deje de quejarse!

—Lo juro, señora Robles, cada vez tengo…

Un portazo para censurar la réplica del vecino. Ahora solo se escuchaban los truenos que anunciaban la tormenta proveniente del occidente. Por la crisis energética los racionamientos de luz habían llegado ahora hasta a los barrios más exclusivos, hasta aquí, la torre residencial PRISMA. Con la primera lectura de huella las luces no se encendieron. Ni reiniciando el sistema desde el panel de control al lado del picaporte. Pareció no importarle, porque lo siguiente que hizo fue como si ya supiese que estaría a oscuras un buen rato.

Lanzó el bolso sobre el sofá y dio dos zancadas a la cocina para alcanzar la nevera y tomar una jarra que vertió sobre su boca. Mucho del contenido se derramó por su mentón, luego el cuello y bajando por la gabardina hasta la baldosa de acrílico. Al abrir la nevera para devolver la jarra se agachó sin cuidado produciendo un ligero espasmo en la zona lumbar. Mientras se quejaba la titilante luz amarillenta alumbró por más tiempo el tabique roto de Verónica, rajado en diagonal en forma de rayo. Tenía una piel morena y pecosa. Respiró hondo, cerró la puerta y se quitó las botas, de las que escurrían unas gotas del suero que la había colmado hacía un momento.

El siguiente golpe de los truenos coincidió con un incipiente y fallido esfuerzo de las lámparas por encenderse. Lo que arrojaba luz al lugar eran las lámparas blancas de los postes que delimitaban la terraza del edificio, por la que se cruzaba para llegar al apartamento vecino. Verónica se acomodó en el sillón de terciopelo (el único mueble en la sala) y sacó de su escote un delgado tubo de aluminio que puso en la mesa de vidrio frente a ella luego de empujar con el antebrazo las libretas y hojas sueltas que estaban encima. Destapó el tubo y lo movió lentamente sobre la superficie, formando una delgada línea amarilla que procedió a inhalar. Un profundo respiro que la llevó a recostar la cabeza sobre el sofá, su voluminoso cabello crespo formando una almohada para mantener el cuello inclinado. Una pequeña lámpara a su izquierda titiló. Al parecer, la tormenta habría empeorado los suministros de reserva de energía. Más razones para los estrictos racionamientos. Sin embargo, ese destello bastó para descubrir el sudor que le empapaba la frente; la combinación del esfuerzo por procesar la droga sintética con el esfuerzo físico que le había tomado llegar hasta allí desde el último bar de la Calle Edén.

Verónica intentó mantener los ojos cerrados mientras controlaba su agitada respiración, pero la interrumpió la activación de la puerta. Entró una figura alta cubierta por un abrigo empapado por la lluvia. Su piel era tan blanca y sus cabellos tan dorados que la poca luz de los postes bastaba para mostrarlo en detalle.

—Verónica, no te encontré a la salida de la estación.

—Salí antes.

—Escuché al señor Perales quejarse de nuevo por teléfono. ¿Ha pasado…

—Siempre es lo mismo. No pasó nada.

—Siempre es lo mismo. No estás siendo honesta conmigo.

El hombre se acercó hasta quedar de pie al lado de Verónica. Ella tomó su bolso y lo puso en el suelo para hacer campo en el sofá. Él se sentó.

—¿Qué te sucedió en la nariz? Voy a limpiarte la herida.

—Quédate aquí.

El hombre quedó inmóvil mientras Verónica lo sostenía con la mano sobre su muslo. Acercó el tronco hasta poder besarlo. Él le pasó el cabello crespo por detrás de la oreja. Todo con mucha ternura.

—Quítate la ropa… por favor, solo esta noche -dijo Verónica mientras se desabotonaba la camisa. El hombre apartó la mano de su muslo y lentamente se puso de pie.

—Sabes que no puedo hacer esto. Sería un daño irreparable.

—Mírame, todo aquí parece que es irreparable.

—Verónica, por favor. Te puedo ayudar en otras cosas.

—Entonces vete. ¡Fuera de aquí! Así es como se arreglan las cosas ahora.

—Verónica…

Un gruñido llevó al hombre a salir por la puerta. Se quedó por unos instantes en el marco, esperando un cambio de actitud en su compañera. Ella solo se inclinó hacia adelante para juntar el polvo amarillo que quedaba sobre la mesa y lo inhaló; esta vez su cuerpo cayó de lado en el sofá. Cuando abrió los ojos, la puerta ya estaba cerrada y el agua caía con más fuerza.

Se incorporó y sacó de debajo de la mesa un objeto color carmesí opaco, del tamaño y forma de una caja de zapatos. El contenido era del mismo color. Tomó el auricular y lo colocó sobre su oreja derecha. El cable iba conectado al proyector portátil. Le costó trabajo sacar los lentes de contacto del estuche. Encendió el proyector y se recostó sobre el sofá, cada vez más húmedo, y con la blusa parcialmente desabotonada.

El proyector se encendió e iluminó la pared blanca con un círculo amarillo. Tres puntos suspensivos en el interior de la figura. Una circunferencia concéntrica y de mayor tamaño empezó a dibujarse desde el extremo superior y siguiendo la trayectoria de la curva. El sistema ya estaba cargando. En la mitad (el extremo inferior) cayó otro trueno que para Verónica pasó desapercibido. Al completarse el círculo, la misma figura brilló en los lentes de contacto. El sistema de entrelazamiento estaba completo. Frente a la mesa de vidrio había sentados dos pequeños de seis y ocho años. Ambos tenían el cabello crespo. Armaban con un rompecabezas tridimensional de arcilla magnética [la moda de juguetes hacía doce años]. No hablaban, tan solo sonreían al manipular las piezas. El sonido de unas llaves desvió la mirada de los niños. Mientras la puerta abría, se levantaron y caminaron hacia ella. Verónica los siguió con la cabeza. Los niños pararon cuando un hombre moreno de barba tupida y cabello crespo se arrodilló para abrazarlos.

—Ay, mis tesoros, los extrañé tanto.

—Estábamos jugando con mi regalo de cumpleaños, mira.

Se levantó mientras los alzaba y volvieron junto al rompecabezas. Los tres sentados jugaban en silencio. Los niños sonreían. El hombre los miró casi con lágrimas en los ojos, y luego fijó su atención en el sofá. Articulando los labios para decir “Te amo” pero no en voz alta. Luego volvió a mirar a los niños.

—¿Qué vamos a hacer hoy?

—Mi mamá dijo que más tarde vamos al parque.

—¡Qué gran idea! ¿No? -Y ahí volvió a mirar al sofá. Directo a los ojos de Verónica. Como si esperara su respuesta. Como si no estuviera lloviendo.

Las proyecciones de los niños y del hombre se desvanecieron. El ruido de las piezas del rompecabezas cesó. A Verónica le costaba controlar la respiración, estaba teniendo un ataque de tos. Se quitó el auricular y terminó de vaciar el contenido del tubo plateado al lado de la caja carmesí.

Con presteza reinició el sistema. Era el mismo escenario. El mismo rompecabezas. Esta vez las luces eran más nítidas. Los sonidos más definidos. Todo parecía tener más vida. Detrás de los lentes de contacto, las pupilas se dilataban cada vez más. El más mínimo estímulo percibido por los nervios detrás de la oreja derecha enviaba la señal al proyector. En ese momento, las condiciones de uso del proyector para evitar un sobrecalentamiento parecían no tener vigencia, no frente a la vigencia de los recuerdos.

Un rayo cayó en la terraza frente a la puerta, apagando los dos postes de luz. La sobrecarga en la zona bastó para emitir la radiación necesaria para fundir el regulador del proyector. El lente de contacto izquierdo se fragmentó y las imágenes, ahora borrosas, se quedaron estáticas. Las partículas de polvo visibles por la proyección parecían estar quietas, como las imágenes.

Verónica se acercó a ellos. Cayó de rodillas.

—Me hacen mucha falta.

Las imágenes borrosas parecían absorber cualquier ruido cercano.

—¡Vuelvan!

El puño sobre la mesa bastó para hacer temblar el proyector y que se apagase. Ahora, las partículas de polvo podían continuar su recorrido.

Verónica nunca pensó que su invento, que había ayudado tanto a desarrollar una cura para la pérdida de la memoria de la mitad de la población mundial por la crisis de las fuentes de alimento, fuera tan débil para dejar de funcionar con un pequeño golpe. Los androides de compañía eran más antiguos y tenían mejor calidad.

El autor

bio_san_0

Santiago Buitrago Celis

Cine y televisión

 

Santiago Buitrago Celis

Cine y televisión

Saber más del autor

1 Comentario

  1. El cuento describe un mundo distópico marcado por la soledad, la desesperación y la desconexión emocional. La adicción y el sufrimiento se reflejan en una tecnología defectuosa y en los racionamientos de luz. El uso de un proyector para recrear recuerdos simboliza la fragilidad de la memoria y la imposibilidad de recuperar lo perdido. La interacción con una figura masculina, que oscila entre apoyo y rechazo, destaca la falta de conexión emocional. La narrativa invita a reflexionar sobre los límites entre la realidad, el recuerdo y la adicción en un entorno de caos y vacío.

Déjanos tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Información básica sobre protección de datos: El responsable del proceso es Revista Sinestesia. Tus datos serán tratados para gestionar y moderar tus comentarios. La legitimación del tratamiento es por consentimiento del interesado. Tus datos serán tratados por Automattic Inc., EEUU para filtrar el spam. Tienes derecho a acceder, rectificar y cancelar los datos, así como otros derechos, como se explica en la política de privacidad.

Mastodon
Sinestesia 17 Sinestesia 16 Sinestesia 15 Sinestesia 14 Sinestesia 13