Agitación insolubleVoz y verbo

Egan y el fuego de las rebeliones Muixcas

Egan y el fuego de las rebeliones Muixcas

Anderson Tautiva (Sogamoso, 1990)

Entre la crónica y la interpretación, la narración oral y el relato histórico, los diferentes aspectos y matices de nuestra cultura que resiste al olvido.

 

C Chiminigagua concentra toda la luz.
Los hombres que llegan montados sobre bestias que son más dóciles que el ciervo, pero más grandes y de carnes más fibrosas, preguntan al intérprete si el otro que ha hablado se refiere al fulgor del oro.

—Ha dicho que suya es la luz de todas las cosas, también la del oro, y que su templo se levanta en estas tierras de Sugamuxi.

Los extranjeros entran a rastras por la puerta diminuta de la casa de Chiminigagua. El fuego de las teas abre apenas una brevísima hendidura en la oscuridad unánime. Escrutan las superficies, pero no advierten el brillo anhelado del metal.

En medio de la turbación, la llama de un soldado se cuelga de una hebra de hierba seca, trepa los muros, enciende todo el recinto, que refulge y no deja de arder a lo largo de doce lunaciones.

La luz inunda el altiplano. Los sacerdotes interpretan que el dios ha revocado la noche para castigar la profanación de su templo.

El cura Aguado repite y acepta en su libro otra teoría sobre la persistencia del fuego: que la paja era abundante y los maderos de la estructura principal muy gruesos.

 

*

 

Arturo cuenta la historia del templo en un poema que los críticos confunden con el presagio del incendio de abril.

Ardía como un muslo entre selvas de incendio,
y caían las cúpulas y caían los muros
sobre las voces queridas tal como sobre espejos
amplios… ¡diez mil chillidos de resplandores puros!

 

*

 

Tiene los ojos pequeños, la nariz abultada, como los súbditos de Tisquesusa. En su rostro imberbe veo mi rostro. Sube por una trocha de los Abruzos rodeado de hombres que van a su caza. Cuando ve asomarse el último recodo de la pendiente, las ascuas de un fuego que ha ardido silencioso en sus venas por generaciones le abrasan las piernas.

Llega a la cumbre primero. Dice que no ha alzado los brazos porque iba abstraído, ajeno a los pormenores de la victoria.

 

*

 

Aguado: «Los españoles determinaron de asaltar el lugar donde Bogotá estaba recogido, y echar fuera de él toda la gente Mosca, para que se fuesen a sus pueblos, lo cual intentaron una madrugada, poniéndose a subir por una cuesta arriba muy derecha y áspera y de muy gran riesgo para ellos».

 

*

 

Los diccionarios de irlandés antiguo informan que la palabra ‘áed’, de la que deriva el nombre Egan, puede traducirse al castellano como ‘fuego’.

 

*

 

«Finalmente los españoles subieron y entraron al alojamiento y arruinaron y ahuyentaron la más de la gente que en él estaba, que se arrojaban por grandes despeñaderos, donde se mataban y hacían pedazos, sin otros muchos que por las espadas se metían y allí morían, y en este asalto y desbarate, recibieron tal estrago los indios, y quedaron tan atemorizados, que nunca más este Bogotá y su gente se tornó a inquietar ni rebelar por trabajos que les ocurriesen».

 

*

 

Teresa Garulo traduce como sigue una de las imágenes del sexto poema del fuego de Ibn Sara as-Santarini:

Brillo dorado que en la oscuridad,
con su fuego sin humo, se asemeja al relámpago
que golpea la nube porque vierta la lluvia.

 

*

 

Los caciques de la confederación muisca pactan asesinar a los jefes de la ocupación, borrar con el fuego sus aposentos y sus cadáveres, pero la delación de una sierva echa por tierra el alzamiento. El justicia mayor Hernán Pérez de Quesada, hermano del fundador de Santafé, embosca y decapita con su alfanje granadí a los conspiradores en el mercado de Tunja. En los pueblos de Suta y Tausa, la población vuelve a levantarse.

Esta vez la sevicia del invasor llena de espanto a fray Pedro: «Con bárbara crueldad, les cortaban a unos la mano, a otros el pie, a otros las narices, a otros las orejas, y así los enviaban a que causasen más obstinación en los rebeldes».

 

*

 

El naranjo de As-Santarini.

Corta naranja por el medio y di:
Es un fuego que no se apaga nunca,
un árbol que florece, rozagante,
mientras las ascuas arden en sus ramas.

 

*

 

Aquel fuego que llamamos rayo fulminó a Hernán Pérez de Quesada. Estaba en la cubierta de un barco que había fondeado en Jepira, el lugar que los extranjeros rebautizaron como Nuestra Señora Santa María de los Remedios del Cabo de la Vela. El zarpazo mató a otro de los Quesada y al capitán del navío, un tal Barchuleta. Lisió a un obispo y le partió una pierna a un malagueño de apellido Suárez que reclamó Tunja para los austrias. La embarcación se mantuvo a flote sin resquebrajarse.

 

*

 

El viento de los Abruzos es suave en primavera, recuerda las brisas que barren el peñón de Tausa llegado septiembre.

 

El autor

narrativa

Anderson Tautiva

Historiador

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