Espectrales rostros
«¡Labradores de cielos artificiales!, no hacen más que dejar a su paso una estela de muerte, desolación y tierra quemada… ¡una sobre la cual nada ha de crecer!, ¡una sobre la cual el sello impreso, del mismísimo Satanás, queda registrado!»
Los rostros que galopan de forma espectral,
a través de oscuros llanos, detienen su paso,
habido de luz, para cuál relámpago ajeno,
cortar los vientos y soslayar las sombras
de un recién nacido crepúsculo.
El bramar de sus terribles cuernos resuena,
entre las monturas de los hombres,
para alzarse iracundo, sobre el centinela dormido
que, inmerso entre la bruma,
busca la manera de homenajear a un nuevo mártir.
Uno que, como tantos otros, cometió el grosero error
de ignorar el solitario peso, de metales fundidos,
que cae sobre los hombros de quienes
no saben cuándo terminar con la batalla.
En las profundidades del día
Los hombres que yacen invisibles,
en las profundidades del día,
cocidos al torso del reflejo diario,
temen a la comunión de ideas;
que se puede llegar a dar más haya
del brillante paraíso que pregonan.
¡Labradores de cielos artificiales!,
no hacen más que dejar a su paso una estela
de muerte, desolación y tierra quemada…
¡una sobre la cual nada ha de crecer!,
¡una sobre la cual el sello impreso,
del mismísimo Satanás, queda registrado!
Pero cuando llegue el día, en que la ciudad
sea capaz de abanicar, bajo la raíz de su ala,
el eterno oleaje de los marginados;
las voces de quienes claman por algo de justicia.
Tendrán la fuerza y el ímpetu suficiente
como para deslizarse, a través de las calles,
¡vírgenes de culpa y rastro!, para visar
el gris paisaje que, tan tristemente, la adorna.
Terrible verdugo
Con mirar triste y desvelado, invoqué a la noche
para ahogarme entre los perfumes de su llanto;
la ira, el dolor y el mal juicio de mi alma desesperada,
no hicieron más que darme la razón.
¡La sangre siempre encuentra la manera
de engañar al altivo resquemor!,
clama en mi interior el terrible verdugo
que, bajo los más duros preceptos, en mí dormita.
Y todos los recuerdos inmundos del ayer
comenzaron, en un último adiós desvelado,
a esfumarse, en una triste y primitiva envidia,
de los resquebrajados labios de un festín extraviado.
¿Y quién velará por las cenizas de mi cuerpo?
¿Y quién decapitará a la noche de duros tratos?
Cuando galope contra las luces y sombras
de un último crepúsculo en llamas;
mi imagen les resultará tan sublime y cercana,
a los enjambres de listas mentes,
que no habrá lúgubre luto ni féretro ardiente;
que sea capaz de abandonar
el entrecejo triste de mi rostro desorientado.
El autor
Pablo Esteban Fuentealba
Licenciado en Ingeniería
Poemas cargados de simbolismo, el autor explora la guerra, la muerte, la justicia social y la redención. Se presentan imágenes simbolizando la muerte y la esperanza. Un «terrible verdugo» que representa la culpa y la violencia interior, mientras que el poeta busca la redención final. El poema, en su conjunto, ofrece una reflexión profunda sobre la condición humana ante la opresión y la búsqueda de un futuro mejor.