Caos, smoke y culturaPensamiento cítrico

La Bogotá histórica

La Bogotá Histórica
Mina*

 

——–Bogotá: la capital de Colombia. 2 600 metros más cerca de las estrellas… El humo, la perdición, el trabajo, la vida. Ciudad de mostrar: La Candelaria. Ciudad real: la de sus alrededores. Ciudad histórica: la que cuentan sus habitantes, los viejos, los literatos.

——–José Osorio Lizarazo, ¿les suena? Si alguna vez quieren conocer a la vieja urbe lean a Lizarazo, y si les da pereza, oigan a sus abuelos, ellos sí que saben historias. Por lo pronto, yo, la joven, como no sé nada de Bogotá, les voy a contar sobre Bogotá, pero robándome las palabras de Osorio, el literato; y de mi abuelo, el cachaco.

——–Un abrebocas, a ver si se antojan. El camino en la sombra (1963) es una obra colombiana que habla sobre la ciudad. Lizarazo nos cuenta la historia de una familia que llega a la capital y se ve arrastrada por el ritmo de la ciudad a comienzos del siglo XX. ¿Qué era Bogotá para ese entonces? Una pequeña urbe rural conformada en su gran mayoría por lo que ahora conocemos como el centro y Chapinero; cubierta aún por un espeso bosque, zonas de cultivo y delimitada por ríos.

——–Leyendo El camino en la sombra se encontrarán con un personaje muy particular, una pequeña deforme, Matilde, quien es “acogida” como esclava por la familia protagonista. Ella debe conocer las inclemencias de esta familia y de la ciudad: su cuerpo es  testigo del cambio, su silencio es la condena por ser pequeña y ser arrojada ante la experiencia de un monstruo en formación. Inocencia sí tuvo, pero infancia no. Es aquí donde aparece mi abuelo en esta historia: el cachaquito pobre y mocoso que alguna vez fue y que, como la niña, tuvo que vivir a Bogotá de una manera más sentida (hágase énfasis en esta última palabra). Les contaré por qué, o mejor dicho él les contará. Solo imagínense como yo.

——–Comienza “por el principio”, por su niñez. Vivía afuera de la ciudad, en uno de los tantos municipios aledaños a la capital en ese momento. Me cuenta que era uno de esos niños que andaba con la ropa sucia, con cabello largo y piojoso, en cotizas o descalzo y que normalmente su existencia transcurría entre la casa, la escuela y el río. Por la mañana salía a la escuela con sus hermanos, para esto caminaba en línea recta desde su casa hasta la torre de la iglesia del centro de Fontibón, que quedaba junto a la casa cultural y en frente del parque principal. Cuando salía de clases, corría hasta el río Bogotá para bañarse y hacer competencias con el resto de los niños hasta que llegaba la hora en que su mamá lo sacaba de las orejas a él y a sus dos hermanos para que llevaran a la casa agua, ayudaran a hacer el almuerzo, araran la tierra y, finalmente, distribuyeran las botellas de leche a las casas cercanas y a la única tiendita de por ahí.

——–A medida que lo escucho, me imagino la vida de la pobre niña que crea Osorio Lizarazo, que a pesar de que vivía en la ciudad tenía que andar así, como mi abuelo, descalza, metida en la casa cocinando, atendiendo a los mayores y yendo a llevar recados hasta el lugar en el que se escondía su amo, siguiendo el camino que le indicaba el río San Francisco ¡Qué infancia! Me imagino el dolor de sus pies, de los pies de ambos pequeños al caminar por este lugar aún rural en metamorfosis, de las marcas que tendrán en estos momentos, pasados muchos años, y entonces empiezo a entender la forma en que conocieron, sintieron y se imaginaron la ciudad.

——–Mi abuelo me cuenta que cuando iba a Bogotá colgado en los buses o tractores, que ya existían para mediados del siglo XX, encontraba algo parecido a lo que yo veo ahora, claro, a un nivel mucho más “estilizado, hala”. Aunque el piso ya era de cemento y contaba con edificios de más de dos pisos, él encontraba aún la presencia de árboles y pequeños pasos de agua que delataban la presencia de un río o de varios que pasaban por allí. Además, cuando iba a la plaza a vender lo de la siembra encontraba una capital chocante, que trataba de modernizarse pero que aún conservaba eso colonial que incluso todavía sobrevive cuando caminamos por La Candelaria.

——–Entonces voy entendiendo el porqué de tantas historias. Mi abuelo, al igual que todos los rolitos que uno ve andar por las calles de sombrero y paraguas, es una biblioteca andante. La sabiduría del tiempo es la enseñanza más grande que tiene y, sin duda, Osorio Lizarazo respondería algo similar. Es delicioso recoger los pasos ajenos, hallar la ciudad en las bocas arrugadas y en las palabras muertas que empaparon los libros. A medida que mi abuelo recoge el tiempo a través de sus relatos refugiados en el destiempo de la memoria, yo recojo los recuerdos que quisiera que hubieran sido míos, los imagino con Osorio Lizarazo, Antonio Caballero, Espinosa… Tal vez, algún día Bogotá me llene de increíbles historias, tal vez, solo tal vez, llegue a ser una anciana joven entre historias de abuelos y libros. Por ahora, y para terminar esta historia robada, puedo decir que Bogotá para mí es ese híbrido que se presenta a modo de galería, una estructura que no borra las huellas del todo, sino que las expone como un museo: con placas, estatuas y estructuras; estas se mezclan con los edificios que están a punto de tocar el cielo y que contrastan la mirada entre el gris de las construcciones y el colorido de los murales; entre las vitrinas de las tiendas y las estructuras rocosas de las casas; entre esos abuelos de caché y esos que usamos jeans y que a duras penas caminamos con la vista al frente en medio del ajetreo diario.



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(Bogotá, Colombia)
Estudiante de Literatura de la Universidad Autónoma de Colombia.

mina.st@yahoo.com

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