Inexorable nefelibataVoz y verbo

En la palabra camino todos los caminos

En la palabra camino todos los caminos y en nuestra humanidad el nombrar y caminar

Jessica Natalia Farfán Ospina (Bogotá 1994)

«Vivir, en el sentido más profundo, es algo que nadie puede hacer por nosotros. En el trabajo puede sustituirnos alguien, pero no al caminar. Ese es el gran criterio» Fréderic Gros

 

N Nuestra humanidad: ser seres que caminan
No sumergimos al mar antiguo que nos antecede, donde estaba aquel rudimentario ser que existía en la profundidad, pero en algún momento de esa eternidad aun carente de caminos, de yoes y de enemigos, ocurrió que un ser acuático atacó a otro, y ello impuso la necesidad de incorporarse, de rebotar, de autopercibirse y lo más importante de moverse, allí empezó el sendero que nos llevaría a surcar la vida como un gran camino existencial.

Un camino que se ha vuelto la ruta para traer consigo la naturaleza desbordante de la que hacemos parte, del ordenar de alguna manera el arbitrio y trazar nuestro mundo: rutas de sentido, de otredad, de encuentro y de palabras, por supuesto.

El camino como barro e ideas mezcladas
Y en ese sendero que hemos trazado con nuestros pasos nos llevó a descubrirnos como seres que miran, que piensan, y que sus palabras van dejando una huella sobre el camino que anda.

Porque como Robert Moor nos dice en su libro En los Senderos, los caminos que habitamos tienen una mezcla de barro y de ideas que nos hacen participes tanto un mundo físico que buscamos aprehender, como de las ideas, historias y conceptos que vamos construyendo en cada sendero.

Y es que las palabras y los senderos tienen el mismo corazón, parece que quizá, sea esa condición humana que nos hace perseguir constantemente a ambos, por eso resulta sorprendente y fascinante conocer la historia que relata Moor de dos niños cheroquis que conocen las zonas montañosas a través de aprender su lenguaje autóctono, sin haber tenido contacto con ese entorno físico.

Y es que en la palabra camino están todos los caminos, como imaginaríamos un verso al estilo de Borges, los espirituales del zen, del tao, del budismo, los caminos de los bisontes, de las hormigas, de los ciervos, de las errantes, de los nómadas, de los migrantes, capa sobre capa, y en cada oquedad, curva y resquicio de la palabra camino están los caminos llenándolos, con su lodo, su empinada vertiente, su sinuoso relieve, su llana aparición, allí están para irnos construyendo.

El camino como una herencia
Porque los caminos nos llevan también a reconocer que estamos sobre los pasos de quienes nos antecedieron, vamos recibiendo su manera de entender el mundo, su manera de darle significado, de simbolizarlo, como también de saber que dejamos una capa más a ese camino llenó de significados con nuestro andar.

Reconocer eso es situarnos como seres que no pueden luchar a solas con sus palabras y sus pasos únicos, como el propio Moor experimentó, marcar un camino es laborioso y desgastante, casi que una tarea que lo llevó a caminar en círculos, como cuenta y como relacionada con esas hormigas que han perdido la marca de olor que las otras hormigas habían dejado, a solas sin caminos empezamos a ser una errancia cíclica.

Eso me recuerda que los mejores recuerdos de mi niñez emergen en lo que sería la semilla de mi amor por las caminatas, se lo debo a esa postura familiar que era inquieta por conocer senderos e historias y, que rara vez prefería el plácido sumergir de una piscina.

Es por eso que Cundinamarca es un departamento que recuerdo como esos primeros largos trayectos que recorrí con mis padres y mi hermana, casi que los municipios y pueblos que visitamos, son en mi memoria senderos naturales, algunos sinuosos, otros tranquilos, con más bajadas, con más subidas, aquel con una piedra del equilibrio, aquel con el pictograma de una mujer dando a luz, aquel otro con antiguos túneles.

Esos recuerdos vienen acompañados por las imágenes de nuestros guías, los rostros de un anciano conocedor de las plantas y los bosques, de un joven enérgico que arrugaba su cara con los gestos de sorpresa, sus palabras y sus historias, como si el peso de sus palabras hiciera péndulo con nuestros cuerpos que se volvían una llama caliente que incendiaba cada sílaba.

Resguardaba como tesoros esos caminos llenos de palabras y llenos de vitalidad, porque iba andando los senderos simbólicos y físicos que infinitamente estaré cruzando, y es que allí sentía esa magia doble de cada sendero, su acontecer natural y las ideas que iba despertando.

El camino como una rebeldía
Sin duda otro de los dones que los caminos nos ofrecen es el vigor tanto mental como físico, un vigor que nos pone como criaturas en medio del intrépido mundo, allí pareciera que las palabras y con ello las ideas, poseen otra textura, otras inclinaciones, como si tomaran el cuerpo del sendero por el que se va tomando, los recuerdos y las imágenes emergen, el pensamiento encuentra otros valles y curvas, y es que pensar está asociado con el caminar como tanto defendería Thoreau, o como el propio Nietzsche proponía, porque la intensidad de un pensamiento en movimiento eran para el pensador trascendentalista norteamericano y para el filósofo alemán dos características ineludibles.

Y es que el camino es ser tanto la herencia de los caminantes como la potencia vigorosa y animal del ser, allí también el individuo puede llegar a despojarse de todo, luego de horas de caminata prolongada, la mente empieza también a situarse, a reconocerse como un cuerpo, a reconocer la posibilidad de su reflexión y a sopesar aquella cotidianidad del mundo que vive, por eso el caminar está asociado a la rebeldía, al desconectar de un modo de vida para situarse en un limbo donde puede emerger otras maneras de ser.

Terminemos pensando en esos largos y profundos caminos que nos habitan, que serpentean por cada individuo, pasan por la tráquea, por los pulmones, dan forma a los brazos, irrigan el estómago, el sexo, las piernas, la espalda, dejando consigo símbolos, pensamientos y sentires, capa sobre capa, nuestro corazón late a través de esos canales, sobre esos senderos a los que nuestra mente insufla el fuego para que cada latido pueda ir transitando.

 

 

La autora

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Jessica Natalia Farfán Ospina

Profesional en estudios literarios

Jessica Natalia Farfán Ospina

Profesional en estudios literarios

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2 Comentarios

  1. Se recorre el camino con aroma a Borges. Maravilloso relato, refrescante.

  2. Un bello relato, seguimos caminando.

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