Helechos
los helechos se abrazaban a mi garganta con claridad, cuando el deseo corría de mi boca con palabras claras: lo que deseo ahora es…
«Seré pura e inocente como una llama que se lame los labios»
«¿Conozco al menos la naturaleza? ¿Me conozco? Basta de palabras. Sepulto a los muertos en mi vientre. ¡Gritos, tambor, danza, danza, danza, danza!»
Arthur Rimbaud
Llevaba algunos años sintiendo la garganta como un helecho, era la sensación que más podría acercar, como si toda esa región fueran pequeños helechos que se movían, más allá de eso no había nada que me perturbara, cuando niña lo dije y mi mamá decía que yo era muy imaginativa, mi papá me creyó, como siempre daba gran contundencia a lo que decía, fuimos todos al hospital y luego de semanas de exámenes, no tenía nada, había que descartar, lo hacemos con todo el gusto, me decía papá, mientras mamá solo hacía un gesto entre la sapiencia y el aburrimiento.
¿Mamá y tú también tienes esos helechos en la garganta? Por eso te parecen normales, cariño, todos sentimos distinto, quizá a ti te parece que tu garganta son helechos que se mueven, quizá a mí me parece un hielo que me rodea ¿y te duele mamá? No, pero a veces hace demasiado frío, por eso llevo siempre sacos cuello tortuga ¿por eso papá te besa ahí? Sí, amor, es para que se espante el frío.
¿Entonces yo tengo que regar los helechos? ¿Y si se crecen mucho y se me salen por la boca de repente? Para que crezcan bien, háblales con cariño, y no olvides tomar agua, pero solo lo necesaria, no las ahogues, sé contundente con tu palabra para que no se agrien y sobre todo reconoce el valor de las palabras para que no salgan helechos disparatados.
Los consejos de mamá sirvieron, papá me decía que no existían, que era una impresión, pero yo preferí los consejos de mamá, así que, durante mi niñez, aprendí a leer, a tomar agua, y a lo que creía más cercano con ser honesta, contundente y llenar a los helechos de palabras justas.
Pero luego cuando crecí, en la adolescencia, sentía el resquemor de los helechos, nada los podía estabilizar, descartamos amigdalitis, dolencias de garganta, tratamos con acupuntura, todo, hasta que me di cuenta algo que les daba calma, cuando decía lo que pensaba con fluidez, los helechos se abrazaban a mi garganta con claridad, cuando el deseo corría de mi boca con palabras claras: lo que deseo ahora es… intuía que mis helechos me daban una sabiduría y claridad que muchas veces no entendía de dónde había emergido. Y así pasaron meses de tranquilidad, hasta que decidí ser bióloga marina, el deseo consciente e intencionado de ser una gran bióloga marina era la brújula de mi ser.
Así que mis deseos se fueron trepando por los helechos, haciéndolos grumos, fueron asentándose hasta que llegaron a mi pecho, y allí tuve un ataque de pánico que volvió mi pecho brillante y parpadeante de piedra, entendí que había olvidado mis propios deseos, que pese a que el ser bióloga marina era un deseo intenso que le daba vida a mis helechos, era necesario que mis palabras nombraran lo que necesitaba, lo que pedía mi cuerpo, mi sangre, mis palabras amontonadas en los helechos, reconocí que anular mi cuerpo, era anular un sentido de mi vida, así que mi célibe compostura se me hizo ingenua y perversa, al descubrirme cuerpo entendí la felicidad de los delfines, del moho que busca la vida y me conecté con los peces que en bandada corren por el mar, y descubrí con las verdades vitales que son el frenesí de la vida, sería pura como una llama que se besa a sí misma, que besa su propia intensidad, su propia llamarada viviendo el incienso sin volverse hoguera totalmente.
La autora
Jessica Natalia Farfán Ospina
Profesional en estudios literarios