Mar adentro
Con paso lento ha bajado a la playa y se ha sentado en las rocas a orillas del mar. Mientras fuma su cigarrillo, contempla las grandes olas y se deja arrullar por el sonido
Cuando sonó la alarma del celular Joaquín ya había despertado y se preparaba para beber su café. Estaba tranquilo y descansado, pese a que había dormido poco ordenando sus pensamientos. Estimó que no era necesario llevar bolso o mochila, pero sí examinó su billetera para cerciorarse de llevar sus documentos; después la colocó en uno de los bolsillos de su casaca la que cerró subiendo el cierre. Luego, apagó la luz de la cocina y sin hacer ruido, salió de su casa en dirección a la estación del metro para tomar el tren subterráneo que lo llevaría al terminal de buses donde abordaría un bus rumbo a la costa.
Mientras el autobús comenzaba a alejarse de la capital, Joaquín cambió de asiento para estar al lado de la ventanilla, donde podía llegar en todo su esplendor el sol de la mañana. Ya acomodado en su asiento, se sumergió lentamente en sus pensamientos. Repasaba mentalmente su situación: Es un hombre de edad madura, casado, tiene hijos que dicen amarlo y cuenta con un trabajo estable. Pero su salud no está bien. Ayer cuando salió de la consulta, después de haber acudido previamente a otros tres médicos, perdió toda esperanza.
Resume que tiene poco tiempo de vida, el que podría alargarse con un costoso tratamiento médico. Tratamiento que tampoco da ninguna seguridad de devolverle la salud. “Hay que encomendarse a Dios y tener fe”, fue el consejo del facultativo. Pero eso es lo que él no tiene, “Fe”. Joaquín no cree en curas milagrosas, y afirma que le resulta extraño encomendarse a quien ha permitido que se enferme. Reconoce sí, que hay muchas cosas que ni siquiera conocemos y que nuestro cerebro con suerte ocupa el veinte por ciento de su capacidad, pero afirma que no existe nadie en este mundo que de pruebas reales de haber logrado un milagro. Por otra parte -y muy importante-, está lo costoso del tratamiento ofrecido. ¡Mucho, mucho dinero, millones!, y él no los tiene, ni tampoco los cubre su plan de salud. Le han sugerido que podría hacer bingos e ir a la tele para contar su caso y suplicar ayuda, pero sabe que eso no lo haría jamás, pues sería lo mismo. Es decir, juntar el dinero que al final iría a parar a manos de la clínica y de los médicos, y sólo para aplicar un tratamiento que no ofrece ninguna seguridad de ser efectivo. Por otro lado, Joaquín no siente nada especial o místico con la noticia de su pronta finitud. Lo que tiene claro es su amor por los suyos y que no desea que lo irreparable sea también un problema para ellos. Y menos, que pierdan lo poco y nada que ha podido lograr con su trabajo. Lo conforta el hecho de haber tomado la decisión después de mucho reflexionar sobre el asunto. Es él, quien a fin de cuentas, ha decidido sobre cómo será su final, no otros, y esto, según cree firmemente, le ha permitido doblar la mano al destino.
Con paso lento ha bajado a la playa y se ha sentado en las rocas a orillas del mar. Mientras fuma su cigarrillo, contempla las grandes olas y se deja arrullar por el sonido que estas producen al reventar contra las rocas. Después, se introduce en el agua y se deja llevar lentamente por la corriente, hacia mar adentro.
El autor
Miguel González Troncoso
Orientador y Mediador Familiar