Agitación insolubleVoz y verbo

Otros tantos como yo

Otros tantos como yo

Jimmy E. Morales roa (Bogotá)

Un relato que resume las tragedias actuales de los manifestantes en América Latina, la violencia desmedida del estado y las marcas indelebles en nuestras vidas.

U Uno… dos… tres… cuatro… y cinco.
Uno, dos, tres, cuatro, y cinco.
Una, dos.

Mis manos, mis dedos. Los cuento de nuevo, tres veces más. Parecen estar completos, de nuevo estoy soñando, no sé si despierto o he despertado dentro del sueño.

Debo respirar profundo hasta que mis pulmones exploten, sé, que si lo hago aquí, mi cuerpo lo hará, mi cuerpo retornará y en una espasmódica convulsión veré en medio de la penumbra las sombras de mi habitación.

Hay veces que me quedo atrapado en el sueño, cuento indefinidamente mis dedos, y el roce de sus yemas los desgasta; con cada conteo se deshacen, se desboronan, como migajas de pan seco en un rayador, las escucho caer en gritos rojizos, en ecos perdidos que no se callan. Mientras emerge de mis entrañas el estallido. Retumba una y otra vez por mi cuerpo, la sangre brota por la boca y oídos, y es allí, en medio del ahogamiento y el sabor férreo, el instante en que despierto.

No es siempre igual, algunas veces el estallido llega a mi cara, en una luz cegadora y un sonido estremecedor, luego, solo un zumbido lejano, un sudor acuoso y la oscuridad infinita. Otras, son las sirenas agudas que se escurren profundo más allá del tímpano, en un eco insondable e irritante de pólvora y lacrimógeno. Allí, se ahoga la voz de Alejandra.

A ella, la conocí ese día en medio de la marcha. Su rostro me recordó, el nombre y la esencia de aquella mujer en la novela de Sábato. La recordé, porque era uno de esos seres lejanos en los que su tiempo se medía por «catástrofes espirituales y por días de absoluta soledad y de inenarrable tristeza», era idéntica. En su mirada habitaban todas las aflicciones de la juventud envejecida por la desesperanza, y en sus gritos de protesta, todos los colores de la desesperación.

Nos encontramos quizá, porque nos necesitábamos, porque el camino que nos esperaba debíamos recorrerlo juntos; era nuestro viaje a Comala. En el instante menos pensado los relámpagos se opacaron por las aturdidoras, y el agua que comenzaba a precipitarse se enrareció entre aquella neblina apestosa, entre esa caótica mezcla de lluvia y humo. Las siluetas de quienes huían estaban congeladas y en silencio. En ese instante lo sentí, primero caí al suelo y ella sobre mi. Luego el calor en mi pecho subía desde el asfalto como si fueran «las brazas de la tierra». De alguna manera la tomé de la mano y la arrastre lo que restaba de la calle, allí, ella volvió en sí. Me gritó que corriera, aunque ya era muy tarde; una sombra se elevó sobre mi espalda, su bota me arrojó nuevamente al adoquinado colonial. Y allí, al intentar levantarme, lo vi por última vez. Disparó su escopeta directo a mi cara, era una esfera de vidrio que remplazó entonces y para siempre, la visión de un mundo mejor.

En algún instante compartimos la misma caja metálica. Mientras intentaba ajustar las piezas de mi cabeza en su lugar, ella forcejeaba e intentaba librarse de las manos que la esculcaban, que la sometían; mientras le gritaban que la violarían, que no quedaría nada de ella, que su cuerpo desaparecería, que sería incinerada, olvidada, y que su madre la lloraría por siempre. –Uno, dos, tres, cuatro y cinco– , diez brazos que la sometían y un último grito que se impregnaba en mi memoria.

Desperté en una camilla, mis ojos están vendados, y desde entonces cuento mis dedos una y otra vez. Unas veces para saber que no estoy soñando y, otras cuando la pesadilla de Alejandra se hace mi realidad. Escucho un televisor que me habla, desde algún lugar sobre los despojos de mi cabeza. Desde allí alguien nos grita: «dejen de estar llorando por un solo ojo», mientras otras voces cercanas, cuentan historias de terror, decenas de muertos, centenares de heridos, otro tanto desaparecidos, y otros tantos como yo.

 

El autor

Jimmy E. Morales Roa

Jimmy E. Morales Roa

Ingeniero de sistemas – Literato

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Ingeniero de sistemas – Literato

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