Animal inmerso
Un recorrido entre el espíritu de Dostoevsky apoderándose de Kafka, para hablarnos del presente y la rutinaria desesperanza.
El reloj no para de sonar, cada mañana, todos los días, me exige despertarme para repetir la misma historia ¿Cuándo llegará mi metamorfosis? ¿Cuándo ocurrirá algo tan extraordinario que cancele este condenado contrato con la rutina? Si tan solo lo que me he vuelto por dentro se reflejara físicamente en mí, me convertiría en un insecto detestable del que todos correrían aterrorizados, no tendría que volver a trabajar, viviría de las hojas de los árboles, y aunque los insectos viven menos tiempo, por lo menos cumpliría con el objetivo que determina esa existencia, pero soy un humano, un humano insignificante.
¿A quién debería engañar? Me dedico a solucionar asuntos de mínima importancia, hago parte de la nómina del Gobierno que requiere justificar un engranaje inmóvil, sin función alguna. Existen partes que, aunque nunca se mueven tiene una función vital, siempre están allí, quietas, esperando a que un día llegue el momento de hacer su parte, como si todo pudiera colapsar de momento, pero ellas se encuentran allí para suplir esa probabilidad y salvarlos a todos. Entonces, seguramente las partes móviles envidiarían esas partes inmóviles porque esas partes son igual de importantes a ellas, con la diferencia de que deben esforzarse menos, o quizás esas partes inmóviles envidien a las otras porque la quietud se ha convertido en su condena y por lo menos desearían tener la posibilidad de sentir lo que implica moverse, condena que a la vez es anhelo, pues esperan cada día que llegue el momento en que puedan lucirse, sin saber si durará una hora, una semana, un año, o quizás sólo sea por un segundo, un efímero instante. También puede pasar que nunca pueda volver a su estado vegetal y llegue al punto de extrañar quedarse quieto nuevamente, partes inconformes, pero al final, partes.
Yo no perezco de ese tipo de condena, porque soy una parte libre, libre de moverme o no moverme, pero eso es más triste aún, porque es una libertad sin sentido, vivir sin tener un propósito digno, sin poder sentir que realmente cumplo una función en el mundo más que desgastándome para vivir, +4629 1-, %1122””2, disculpen por eso, a veces me descompongo, o no se si sea mi teclado, ¿De qué estábamos hablando?¡Ah! Si, de mi función, de lo que soy, eso soy, soy un número que sobra, al igual que todos en esta maldita institución.
El contrato dice que debe haber un abogado, así no se requieran las labores de uno, al final soy un número que justifica la totalidad de números necesarios, nada más que eso, por ese motivo, aunque mi contrato es como abogado – un abogado que sobra- lo más cercano que puedo hacer es fingir que estoy haciendo lo que debería hacer. Al principio fue extraño, me costaba fingir, sobre todo fingir que era feliz, entonces mi jefe empezó a asignarme tareas, tareas estúpidas que nada tenían que ver con mi profesión, finalmente debo analizar viejos libros contables sobre datos que ya no tienen importancia, ese dinero ya fue robado hace mucho, al final sólo son números en esos papeles, miseria corruptiva fuera de ellos.
He buscado ir más allá, investigar, proponer, denunciar, defender, pero todo me es siempre negado – limítate a seguir ordenes– es la trillada respuesta de mi superior, que, por cierto, es un inútil, como el resto de las personas, y lo más irónico, como yo, pero. yo soy yo. y eso es lo que importa, supongo que el destino pone todo en su lugar, incluso a este tipo de personas que se conforman con lo que les da la vida, otro muchos se suicidan apresuradamente y les espera la misteriosa muerte y a otras como yo, con un poco de esperanza, condenadas a vivir muriendo o a morir viviendo, creo que es lo mismo, quizás un día me suicide.
No vale la pena aclarar por qué no he dejado este miserable trabajo, creo que ni siquiera lo sé, pero a medida que pasa el tiempo, soy más consciente de lo frustrante que resulta no poder hacer lo que me gusta. Estudié derecho porque deseaba defender los derechos de las personas, a pesar de que las desprecio, hoy en día nada parece tener sentido. He sido privado de los más altos estímulos de mi labor, el soldado se enfrenta a la muerte digna y nadie puede quitarle eso, el político a la cárcel y luego al infierno, el policía a los riesgos de la delincuencia, el escritor a entrañables búsquedas de la verdad y a que lo maten por develarlas, el bombero al ardiente fuego y sus daños, el buzo a la presión del agua, o a un tiburón, al igual que el astronauta que, además de la presión, podría ser raptado por los extraterrestres, todos ellos parecen poder tener que asumir riesgos, emociones, hacen algo por ellos mismos y por la humanidad, contribuir por muy pequeño que sea.
¡Contribuir! Dejar huella en la vida, morir dejando obra, por muy pequeña que sea ¿Y cuál será mi obra? Solo me enfrento cada día a corroborar la existencia de antiguos documentos sin importancia, como si el pasado importara algo, siento que mis horas se van entre las hojas de esos archivos viejos que se deterioran lentamente consumiendo mi vitalidad y haciéndome más consciente de lo limitada que es la vida. No entiendo por qué la analogía entre hombre y maquina sigue siendo tan ajena, quizás nos cuesta ser conscientes de la realidad. Hoy en día es tan simple hablar de la rutina y entonces entiendo que asumir la esclavitud nunca había sido tan fácil, ahora somos nuestra propia víctima, matándonos cada día para vivir, en la mayoría de los casos, como engranajes dentro de una maquina destinada a dejar de existir porque sus partes se pudren rápidamente en la ignorancia, la deshumanización y la indiferencia, nadie dijo que reconocerse es poder cambiar.
Pienso en el dinero como la mejor de las soluciones, si realmente deseo romper con ese repetitivo acto que me hace infeliz, debo mirar el motivo por el cual me encuentro sometido, gastos, todos son gastos que se resumen en dinero, maldito dinero. El dinero es poder, y ese poder me hace babear de felicidad, siento una corriente excitante en mi cuerpo cada vez que imagino lo que haría si me ganara la lotería, sería el fin de mi infelicidad, seguramente con dinero podría hacer más por la humanidad, y por mí, por supuesto. También pienso en la fama, cedo a los tejemanejes de la celebridad y mi mente se libera por un efímero instante de esta infelicidad que me agobia, pero no es más que eso, un efímero momento de felicidad.
La posibilidad de conseguir lo que se quiere y se desea, hoy está abierta para cualquiera y depende únicamente de nosotros mismos, las cadenas fueron rotas y no hay nada que pueda detenernos, nos libramos del yugo y hemos quedado libres en el mundo, luchando desde nuestras mentes, por eso cada día me muevo, hago lo necesario para ir de aquí a allá ¿Me hace falta estrategia, motivación o sentido?
El tiempo sigue pasando, son las 6:00 de la tarde, que hace que eran las 3:00 y aún no he preparado la comida, no tengo camisas limpias para mañana y seguramente tendré que lucir impecable para esos libros polvorientos. ¿Debería estar acá pensando? ¿Tengo tiempo para seguir divagando? Hoy por poco llego tarde a la estación del bus, normalmente dura 20 minutos en volver la siguiente ruta, si eso sucediera sería imposible llegar a tiempo y no pienso perderme el bono por puntualidad este mes, me urge saber qué pasará mañana en la junta ¿Por fin me darán una tarea justa? Es mejor ver videos, debo alimentarme de la miseria del otro, o reírme de las estupideces que hacen las personas. Quizás vea algún acto violento que altere mis emociones o plasmarme en la materia amarilla de los granos de un joven en plena pubertad, una vez vi como sacaban gusanos de la cabeza de un hombre y como una mujer cagaba sobre la boca de un sujeto que parecía disfrutarlo, es increíble pensar en lo que puedes encontrar en la internet ¡Constantes estímulos!
Quizás no me detengo, no sólo porque no debo, sino también porque no puedo, se ha vuelto una fuerza invisible que se hace presente en todo, de momento, la humanidad ha conseguido tal aceleración que sin duda va en rumbo a un muro donde estallará en pedazos junto conmigo $%#”02’’+22’’200424.
Hastiado de todo, decido prender una vieja radio y asomarme por la ventana. Después de unas propagandas, comienza una canción, el locutor dijo que se trataba de un concierto en vivo. Un micrófono desafinado aturde mi mente, concentro mi mirada en la nada y en el todo al mismo tiempo y consigo detenerme.
El color de una melodía consiguió elevarme en una nube de sensación constante, lentamente, la conciencia de escuchar mientras escucho estas notas en las que me sumerjo, me hacen preguntarme: ¿Acaso habría algo que deba preguntarme? El viento de los árboles viene directamente hacia mí y siento que respiro mientras respiro. Conseguí atrapar el oxígeno como si siempre se me hubiese estado escapando y la alegría de una hoja empezó a danzar conmigo mientras caía con dulzura al suelo para quedarse allí, quieta, esperando pacientemente su destino.
Las notas calientes de una guitarra me hacen mirar al cielo, en donde me encuentro al sol escondido, tratando de romper con sus rayos una nube que empieza a moverse lentamente, haciéndose paso entre el sereno de la lluvia que se aproxima sigilosa, pero: ¡Un relámpago! Como señal de dios, aparece como advertencia a un ave que decide no seguir subiendo, sigo su paso mientras con mi mirada siento que alcanzo sus alas y pienso en la consciencia de mi sentir detenerme en la punta de una montaña y reconocer la casa que nunca había visto, como si recién la hubiesen puesto allí, pero tiene muchos años, y aquellos siento que son los años de mi acelerada ceguera.
Piso uno a uno los árboles atrapados por mi vista e imagino cuantas criaturas habrá en cada uno de ellos, los nidos de las aves, las ardillas, los lagartos, las serpientes… ¿Acaso ellas también pensarán en mí? En este humano que tiende cada día a parecerse más a los animales cuya sobrevivencia no tiene espera y llevados por el instinto se olvidan del alma de las cosas o simplemente han perdido la capacidad de concebirla.
Se acaba la canción y con ella se va la humana contemplación.
Canción que escucha el protagonista: «Judas Priest cantando Dreamer and Deceiver en el Old Grey Wistle Test»
El autor

Ernesto Mantilla
Escritor
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