Crónica de Gabarras
Una reflexión sobre la angustia y el dolor que genera la modernidad. La búsqueda del bienestar y la felicidad que se escurre negra, viscosa y pestilente entre los dedos.
La muerte se te desnudó antes de vos lograr espantarme el diablo de la cabeza y detener la explosión, del oleoducto.
Entonces se pararon los taladros. ¡Seguro! la refinería reventó como un sapo. Revísen, percátense. Fue un acto de redención para tanta gente que moría de hambre. Caían por los calambres en el estómago, y eso que hasta el viento se hacía petróleo, bastante petróleo, tendido sobre el suelo como una gran noche derramada, con olor a resinas.
Al principio eran más botiquines que casas de familia, Mi abuelo, que llego, a la tierra de los olvidados, como la mentaban los que venían de todas partes. Huía de la guerra, hambre, peste, a otro infierno saciado de cadáveres que revivían, en los mechurrios, en el asfalto sobre los caminos de polvo, y se asomaban en los ojos de cada uno de los que con una mano delante y otra detrás, descendían en los destartalados puertos. Esos foráneos hospedaban a esas sombras errabundas que apenas desembarcar se vestían con ellos, para ver sus cuerpos, ahora poderosa lengua de animal libidinoso, rugiendo desde el centro de un pozo, la violencia seminal de sus fluidos.
No sé qué me detiene en el umbral. Sabes, casi nada quedaba, disimuladamente, sacaba el amor y lo tendía en los alambres, veía en las púas que tú y yo colgábamos callados, mecidos, sin palabras en esas camisas kaky que aun hedían a petróleo.
Hasta el santo patrón del pueblo, era un blanco pintado de negro, así éramos, gente oculta, desconfiada, mancos del corazón por dolor e indiferencia.
Ya nadie dice: ingeniero, ni a vos doctora, ahora un destino sin horas nos iguala. ¿Cuándo fue que el graznido de los balancines, cabeceando, abandono nuestros oídos?
Eras bella muy bella, como una capilla, rodeada de pájaros junto a un río. Dios te pertenece Rosaura por todos los siglos.
Ahora asomada en los ojos de un perro, esperando tres mil años para reventar, picada de taladro, soplada en el cabeceo del balancín.
La autora
Wafi Salih
Es profesora de literatura y magíster en Literatura Latinoamericana
Wafi Salih
Es profesora de literatura y magíster en Literatura Latinoamericana