La decisión
«Ha esperado a que Joaquín se duerma para guardar sus pertenencias en un bolso, se ha despedido en silencio de su amado y ha cerrado la puerta tras de sí»
Cuando Joaquín se miró al espejo le costó reconocerse. Era un hombre de mediana edad, de ojos azules y cabellera color ceniza. Su rostro estaba marcado por profundas arrugas, de calva incipiente. El uso de lentes y su barba entrecana, le daban el aspecto de un hombre viejo; no obstante, se encontraba en buena condición física, pese a que había redoblado el consumo de cigarrillos.
Los últimos doce años, los había dedicado casi por completo a la búsqueda de justicia. Sus padres, ambos profesores, habían sido secuestrados desde la universidad donde trabajaban y ejecutados sin miramientos en un sector despoblado, aledaño a Santiago. El asesinato pese a que estaba en el informe, seguía impune. El único detenido por esos hechos había sido dejado en libertad por falta de pruebas hacía tan sólo un mes atrás. Joaquín era profesor de literatura en la misma universidad, también era escritor y había publicado dos libros relacionados con la importancia de la lectura en el proceso de aprendizaje. Paralelamente y desde hacía varios años estaba escribiendo una novela en la que hablaba de terrorismo de estado. Últimamente se había dado cuenta que sin desearlo, había plasmado su propia historia en las páginas de la novela, donde además, había sellado su destino.
Sus clases de literatura las impartía en la jornada de la mañana. Como profesor era admirado y querido por sus alumnos a quienes había transmitido el amor por los libros, la libertad y la justicia. Su actual pareja, Monserrat, como así lo habían acordado, lo visitaba una vez a la semana en su departamento. Ella había decidido amarlo sin esperar nada a cambio. Días atrás Joaquín fue finiquitado en su trabajo lo que aprovechó para avisar a sus colegas que viajaría fuera del país. Con el dinero que le correspondió había concurrido a un de las armerías de la calle Bulnes donde compró una pistola Beretta con una caja de municiones. Todas las tardes se trasladaba al sector de Pirque donde practicaba el tiro al blanco.
Ahora y desde que había comenzado la labor de seguimiento, actividad que copió del personaje de su novela, dormía a sobresaltos; debía tomar tranquilizantes para calmar la tensión y nerviosismo, aunque no había podido dominar el temblor de sus manos cuando empuñaba la Beretta; ha seguido pacientemente los pasos del asesino, sabe en qué lugar duerme, trabaja y come, y el horario de regreso a su guarida, y que además siempre va acompañado por dos hombres que ofician de guardaespaldas. En esta difícil labor había tenido que estar jornadas enteras soportando hambre y sed, ya que no se atrevía a bajar de su vehículo por temor a ser descubierto, sólo comía al anochecer cuando volvía a su apartamento. La información más relevante para Joaquín y que supuestamente permitirá poner fin a su búsqueda, es que ha logrado establecer que el asesino, para llegar a su departamento debe subir el ascensor hasta el piso trece, y que siempre está solo ya que sus secuaces después de dejarlo seguro, se retiran comúnmente al bar cercano distante a unas cuadras. Joaquín ha estado en ese ascensor y ha subido en tres ocasiones a modo de ensayo. Las tres veces ha vuelto al departamento empapado en sudor, lo que se ha traducido en un grave problema ya que el arma podría resbalarse de sus manos.
Este último tiempo Monserrat y Joaquín han estado amándose con frenesí, ella sabe que es el final, intuye lo que sucederá y no es capaz de esperar el desenlace. No podría soportarlo. Ha esperado a que Joaquín se duerma para guardar sus pertenencias en un bolso, se ha despedido en silencio de su amado y ha cerrado la puerta tras de sí.
Horas después, Joaquín había afirmado convenientemente su arma al cinto, se ha puesto guantes, su abrigo largo de color negro y el sombrero de ala ancha. Antes de salir se ha detenido por un instante para observar su reflejo en el ventanal, que le devuelve una imagen siniestra. Se dice a sí mismo que estos últimos años ha vivido para esto, ha terminado de escribir su novela y espera confiado en que será publicada y leída, pues en ésta ha dejado escrita la razón de su decisión.
Y, desechando toda reflexión sobre principios, empuja decididamente la puerta del edificio y se encamina lentamente hacia el ascensor; mientras sube hasta el piso trece, no deja de pensar en que ese será el último día de su vida.
El autor
Miguel González Troncoso
Orientador y Mediador Familiar
Excelente cuento, te atrapa desde el principio, es un relato contundente y activo.