Iridiscencia
Recorrer los caminos que reconstruyen nuestra naturaleza, un viaje permanente, interminable.
Por fin abracé a mi consciencia, luego de mi viaje psicodélico perdí noción de la realidad, respondí preguntas que en un estado más racional no tendrían respuestas, conocí el dolor y la tristeza como nunca antes, vi a Dios luego de reflejarme en un vidrio roto, percibí a Satanás en el agua sucia de un charco, me enamoré de Lilith enredándome en sus cabellos anaranjados e incluso la acompañé a pecar, pero principalmente luché, luché todo el tiempo contra mis deseos, unos carnales y otros reprimidos.
De seguro lo peor de todo fue creerme capaz de hacer catarsis, quise bajar al infierno, sentir sus llamas abrasarme, quemar todo lo que considero superficial y ahogar en humo mis pensamientos más oscuros; pero como iba yo a desentrañarme de lo que soy, alejarme del odio y del rencor seria alejarme de mis raíces, no sé de dónde vengo, si del barro o de las cenizas, pero no le permitiré a mi ángel de la guarda asesinar al pequeño demonio que me ha enseñado a vivir.
Y cuando me di por vencido en el tártaro, lidié con titanes, subí los escalones descritos por Dante en la Divina Comedia, esquive a Cerbero luego de que su segunda cabeza me mordiera en la mano izquierda, hasta encontré a la parca, tan tranquila y llena de vitalidad, le di un beso y le prometí volver. Con esa misma exaltación, de confrontación contra mis pensamientos infernales, uniendo el sufrimiento que enlazaba cada cultura a su ideal de muerte, vine a la tierra a pensar en Nietzsche, pensé en el eterno retorno y en que él es un desgraciado por venderme la idea de que mi infinita resurrección estará ligada a una infinita desgracia.
Intenté salir a la calle a despejar mi mente y liberarme de ese antropocentrismo al que este viaje me había ligado, pero me encontré con la ciudad gótica de la que tanto habla Mario Mendoza, vi ratas asquerosas corriendo para esconderse en las alcantarillas y también noté a esos humanos indolentes huyendo entre callejones con cuchillos ensangrentados, y por más que busqué no vi ese cielo claro y maravilloso que me vendió la biblia durante tanto tiempo, siempre es gris, aburrido, y si en ese oscuro infinito vive Dios, entiendo por qué juega a generar catástrofes mundiales y porque no se atreve a salvarnos, él mismo ocasiona cada desgracia para entretenerse un rato.
La autora
Dayana Urquiza
Estudiante de licenciatura en humanidades y lengua castellana